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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Transcurrían largos intervalos de silencio. Después, un rumor, un suspiro colectivo, el abejorreo de un comentario en voz baja alrededor de la mesa. ¿Seguía ganando Alicia?... ¿Iba á verla aparecer como el otro, encogiéndose de hombros ante los absurdos de la suerte?... Aún pidió un vaso más; y contemplando las espirales de humo de su cigarro, fué adormeciéndose.
Entretanto, la salud de mi madre declinaba por una pendiente apenas sensible, pero continua. Llegó un tiempo en que su carácter angelical se alteró. Su boca, que jamás había pronunciado, en mi presencia al menos, sino dulces palabras, se hizo amarga y punzante; cada uno de mis pasos, fuera del castillo, fué objeto de un comentario irónico.
No hizo ni un comentario, cuando ni siquiera proclamó la designación que había hecho el muerto, nombrando al italiano desconocido para administrador de la fortuna de su hija. Pero ¿quién es ese hombre, me hace el favor de decir? preguntó la señora Percival, con su voz tranquila y educada. Jamás oí al señor Blair hablar de esa persona.
Como el comentario era bastante complicado, nadie respondió. Se fué al rato. El capitán lo siguió un rato de reojo. ¡Farsante! murmuró. Al contrario dijo un pasajero enfermo, que iba a morir a su tierra. Si fuera farsante no habría dejado de pensar en eso, y se hubiera tirado al agua. Su luna de miel fué un largo escalofrío.
Dos palillos mal forrados en un pellejo sobrante eran los brazos, que no cesaban de moverse, amenazando tocar un redoble sobre la cara del oyente; y dos manos de esqueleto, con las falanges tan ágiles que parecían sueltas, no paraban en su fantástico girar alrededor de la frase, cual comentario gráfico de sus desordenados pensamientos.
Miranda se lo pintó así, y el señor Joaquín convino en ello: las inteligencias medianas ceden siempre al aplomo que las fascina. El que conozca un tanto las ciudades de provincia, imaginará fácilmente cuánto comentario, cuánta murmuración declarada o encubierta provocó en León la boda del importante Miranda con la obscura heredera del ex lonjista.
No era Juana muy reflexiva ni previsora, y no pensó en las dificultades; sólo pensó en el triunfo que ella y su hija, en su sentir, habían alcanzado. Acudió, pues, a la sala baja, donde Juanita estaba cosiendo, y con el mayor alborozo le dio parte de lo que ocurría. Como comentario, la madre no sabía sino exclamar: ¡Qué victoria! Todas esas perras, cochinas, van a reventar cuando lo sepan.
Otra vez sentía retumbar en su oído las tremendas palabras de aquel: «Si vuelves a pronunciar delante de mí, etc...». Y el comentario parecía producirse en el cerebro paralelamente a la repetición de la filípica: «¡Ah!, tuno, no hablabas antes de ese modo.
Podían entregarse á un vicio sin miedo al comentario, sin riesgo de ser criticadas, en un lugar donde todas las mujeres hacían lo mismo y el juego figuraba como algo oficial, digno de respeto.
Pero ya se habían fatigado de tanto comentario. Tan sólo cuando venía rodada se dejaba escapar alguna alusión mordaz, o se noticiaba al oído algún nuevo descubrimiento. La niña fue a parar a un grupo donde estaban María Josefa, la doncella de la lengua devastadora, y Manuel Antonio, bello siempre como el primer rayo de la mañana.
Palabra del Dia
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