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Actualizado: 2 de octubre de 2025


Hízose el silencio aún más embarazoso y el geniecillo maléfico de la hilaridad comenzó a revolotear en torno de los comensales, como si a todos ocurriese que las plumas arrancadas a Jacobo salían del pellejo de Villamelón.

Entró en el comedor cuando sonaba el pataleo de las sillas en que se iban acomodando los comensales, y contó... «Me voy dijo , para no hacer trece». Algunos protestaron de tal superstición, y otros la aplaudieron.

En éstas y otras, y devorados por los comensales, amén de los pucheros bien atacados, dos docenas de pollos en salsa, media arroba de carne estofada y una calderada de arroz con leche, repartió entre ellos don Simón un mazo de puros del estanco; encargó a cada uno de los doce subalternos el mayor esmero en el cumplimiento de la comisión que se les había dado; los favoreció con un afectuoso apretón de manos; pagó la comida a los diez y ocho, y los piensos de otros tantos caballos, más algunas herraduras que hubo que poner a tres o cuatro de los últimos; y seguido de la consabida media docena de personajes que formaban su estado mayor, bajó al corral.

En la pomarada del capitán, debajo de los árboles, se había colocado una mesa á la cual se sentaban hasta una docena de comensales. Procedían casi todos de la Pola. Sin embargo, había un ingeniero de Madrid y un químico belga. Pocos días hacía que habían llegado á Laviana para dirigir los trabajos de las minas recién abiertas sobre la aldea de Carrio.

Aunque dicen que de la discusión sale la luz, fuerza es confesar aquí que no salió luz ninguna de la discusión constante que Rafaela y el gaucho tenían, y en la que a veces tomaban parte varios tertulianos de la casa, diputados, senadores, hombres políticos y poetas, que siempre en el Brasil los hubo eminentes, descollando entonces entre todos Magalhaens, Gonzálvez Díaz y Araujo Portoalegre, los cuales eran comensales de la casa, complaciéndose Rafaela en tratarlos y agasajarlos.

Hay maridos tranquilos, que tienen la piel dura... que no son muy aprensivos... Vamos, maridos sin vergüenza exclamó Rosa León. Los comensales rieron y la condesa también. A esta clase de maridos no se les hace ningún daño. Pero hay otros susceptibles, de una sensibilidad exquisita y a éstos una falta que en misma tiene tan poco valor puede herirles de muerte.

Lo único que hacía era alargarle de vez en cuando la copa, diciendo con imperio: Eche usted vino. El indiano se apresuraba a cumplimentar la orden. La joven la apuraba de un trago, la ponía sobre la mesa y paseaba sus ojos altivos por los comensales, deteniéndose con insistencia en Amalia.

Los comensales escuchaban embelesados aquella ingeniosa defensa de la pereza y se creían en el caso de reir y decirse unos a otros por lo bajo: ¡Este Fuentes! ¡oh! ¡este Fuentes tiene la gracia de Dios! Y alguno, por el placer de oirle nada más, le llevaba la contraria. Pero hombre, ¿habrá nada más agradable que levantarse por la mañana a respirar el aire puro y bañarse con la luz del sol?

Después, como si recordase una omisión cometida, principió a enterarse con benévola y afectada atención, de los asuntos de sus comensales. El señor don Rufo Pedrosa era médico, ¿verdad? El ejercicio de la medicina es penoso, sobre todo en provincias, donde no obtiene por regla general la merecida recompensa. El señor Peña, marino, ¿no es eso? Oh, el cuerpo de la armada, siempre ha sido brillante.

Los alegres comensales contemplaron á D. César con sorpresa y curiosidad como si no le hubieran visto en su vida. Sin duda la sidra y el vino les habían borrado el recuerdo. ¡Cielos, el dorio! dijo uno. ¡El ingenioso hidalgo! manifestó otro. ¡El enemigo de Pericles! apuntó un tercero. Y todos se guiñan el ojo con maliciosa alegría y se prometen un sainete divertido para fin de la fiesta.

Palabra del Dia

mármor

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