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Actualizado: 11 de julio de 2025


Ahora el muchacho se limitaba á ignorar su existencia, pasando ante él sin reconocerle, saludándolo únicamente cuando su madre se lo ordenaba. El día en que trajo la noticia de la vuelta del vapor sin su capitán, don Pedro hizo la visita más larga que de costumbre. Cinta derramó dos lágrimas sobre los encajes, pero tuvo que cortar su llanto, vencida por el buen sentido de su consejero.

El aperador rondó por cerca de la puerta sin ver a María de la Luz. Bien entrada la mañana, el señor Fermín, que vigilaba la carretera desde lo alto de la viña, vio al final de la cinta blanca que cortaba el llano una gran nube de polvo, marcándose en su seno las manchas negras de varios carruajes. ¡Ya están ahí, muchachos! gritó a los viñadores. El amo llega.

Los peones treparon la interminable cinta roja que escalaba la barranca, desde cuya cima el "Silex" aparecía mezquino y hundido en el lúgubre río. Y con ahijús y terribles invectivas en guaraní, bien que alegres todos, despidieron al vapor, que debía ahogar, en una baldeada de tres horas, la nauseabunda atmósfera de desaseo, patchulí y mulas enfermas, que durante cuatro días remontó con él.

Sinuoso aquí, recto allá, corre como una serpiente hacia la barranca de Mata-Espesa, libre de arboledas en algunos sitios, oculto en otros por las alamedas y los naranjales. Desde lo más alto de la colina del Escobillar veréis la ciudad como un juego de dominó esparcido en un tapete verde, cortada por la cinta plateada del río a cuyas márgenes se agolpan caserones y templos.

La carretera abierta en la dilatada extensión de la llanura, se destacaba interrumpiendo el gris terroso de los campos, como una cinta blanca y ancha tendida sobre los surcos en rastrojo. Por su centro iba la cuerda, la reata humana, doblemente rendida a la pesadumbre de la fatiga y del delito.

De vez en cuando pasaba por esta cinta de terreno una vaca, un cerdo, una cabra, y la sombra de sus cuerpos, proyectada por el sol sobre el suelo amarillo, bastaba para que Plumitas se estremeciese, pronto a dejar la cuchara y empuñar el rifle.

Mi amigo don Benito, correctamente vestido, charlaba aquella noche en un rincón del gran comedor de la casa de Montifiori con varios muchachos alegres que comentaban el enlace de Blanca. Lo único que le hace falta al novio, es que Montifiori le consiga un pedacito de cinta para el ojal, como la que él usa decía riendo uno de los jóvenes de la rueda. ¡Eh! no es tan fácil eso... decía otro.

Es una cinta que pasa veloz: el gallardete de la cruz del santo. San Juan se marcha. Los días pasan alegremente, y el 29 aparecen dos grandes llaves; tras de las llaves, una mano que las empuña; tras de la mano, un brazo; después una hermosa cabeza calva, un cuerpo robusto, un hombre con humilde saya y los pies desnudos.

Dilatóse su muerte hasta la noche, y en lo que quedaba de aquel día se hicieron las ceremonias de la entrada de Andrés a ser gitano, que fueron: desembarazaron luego un rancho de los mejores del aduar, y adornáronle de ramos y juncia; y sentándose Andrés sobre un medio alcornoque, pusiéronle en las manos un martillo y unas tenazas, y al son de dos guitarras que dos gitanos tañían, le hicieron dar dos cabriolas; luego le desnudaron un brazo, y con una cinta de seda nueva y un garrote le dieron dos vueltas blandamente.

En el momento en que el joven le pasa el brazo por el talle, ella se estremece, abandonándose después con un profundo suspiro. Se ponen a bailar. Aspirando con fuerza el aire, ella ladea su rostro contra el pecho de Juan. En la gorra de éste brilla la escarapela, insignia de los tiradores, que lleva ese día; la cinta de seda blanca tiembla sobre su frente.

Palabra del Dia

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