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Detrás de la mesa un sillón forrado de la misma tela que la silla que antes hemos visto, y detrás del sillón, y colgada de la pared, la cabeza disecada de un ciervo, sobre cuya profusa cornamenta descansa una linda escopeta de dos cañones, y debajo de la cabeza, y también colgados, un par de floretes, otro de caretas y un guante de esgrima.

Luego, en un sendero, agarró á un ciervo en mitad de su fuga veloz y lo subió á la altura de su pecho, colocándolo á corta distancia de Flimnap, de modo que el asustado animal, al mover la cabeza, casi le tocaba con las puntas de su cornamenta. El profesor cayó desmayado de miedo en el fondo del bolsillo, mientras el gigante volvía á inclinarse sobre la tierra para dejar al ciervo en libertad.

El fogonazo, remedado con mucha propiedad por el cura, hizo dar un salto a Bonis, que estaba muy nervioso. Dispara usted su escopeta y me...; no, no conviene que sea liebre; es mejor caza mayor para mi caso; y cae lo que usted cree robezo o ciervo...; pero no hay tal ciervo ni robezo, sino que ha matado usted una vaca mía que pastaba tranquilamente en el prado. ¿Qué hace usted?

La expresión de sencillez confiada de la fisonomía de Marner expresión realzada por la ausencia de observación propia, por la mirada sin defensa, mirada de ciervo, que pertenece a los grandes ojos prominentes formaba un contraste chocante con la represión voluntaria de la satisfacción interior, que se disimulaba apenas en los pequeños ojos oblicuos y en los labios contraídos de William Dane.

Voy á explicarme: salía yo de aquí esta mañana con la carta que me habíais dado para su excelencia el duque de Lerma, mi señor, cuando he aquí que me tropiezo... ¿Con quién? Con un espíritu rebelde, que me coge, me lleva consigo, y me mete en la hostería del... Ciervo Azul; y una vez allí me quita la carta que vos me habíais dado para don Francisco de Quevedo.

Hoy todo reluce en él y no se deja que el menor polvo de la víspera empañe ningún objeto, desde la franja de mosaico de encina que rodea la alfombra, hasta el fusil, los látigos y los bastones del viejo squire, escalonados en las astas del ciervo encima de las campanas de la chimenea. Todos los otros atributos de sport y de ocupaciones exteriores habían sido relegados por Nancy a otra pieza.

¡Ah, ah! dijo Quevedo , me había olvidado de que sois el rey de los cocineros y de los reposteros. Efectivamente, es necesario todo el apetito que yo tengo para tragar este engrudo. ¿Dónde me habéis traído? A la Hostería del Ciervo Azul. ¡A la hostería del Ciervo! exclamó con espanto Montiño . ¿Qué habéis querido darme á entender con eso? ¡Yo!

Muy á menudo un gran-bestia, sorprendido de improviso con nuestra llegada, se ponia precipitadamente en fuga; otras veces un carpincho, deslizándose con presteza de la barranca, se escondia en el agua; mas léjos, un ciervo dormido, despertando de pronto, echaba á correr por entre el bosque volviendo de tiempo en tiempo la cabeza para examinarnos de nuevo.

Y en este hervidero se le olvidó una cosa importantísima: esto es, la carta que la madre Misericordia le había dado para el duque de Lerma, y que se había llevado Quevedo. Pero necesariamente, ó permanecía de una manera indefinida en la hostería del Ciervo Azul, ó tomaba un partido. Montiño tomó el de acudir á donde le llamaba su pensamiento dominante. A su casa.

Caminamos hacia la costa del río Paraguay, donde habiendo cazado un ciervo, estábamos, afligidos por la falta de agua, mas cavando uno de nuestros compañeros un pozo, por gran providencia de Dios, á dos brazas descubrió una vena de agua.