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Actualizado: 18 de julio de 2025
Hice todo el camino mascando cigarros, que, en mi turbación, me olvidaba siempre de encender... En cuanto llegué a casa, corrí al espejo. Enciendo todas las bujías, echo el cerrojo, cierro los postigos, me examino por delante, por detrás, y de perfil también, por medio de un espejo de mano.
Para no incurrir en semejante pecado, cierro el registro con un punto final..., más no sin dejar consignada antes, y como un acto de justicia, la siguiente declaración: Los marinos de Santander, al vestirse la levita de hoy, no se han dejado la abnegación, la pericia, ni el heroísmo, en el burdo chaquetón de ayer.
Usted conoce la Novena Sinfonía, ¿verdad, Gabriel? ¿Y qué experimentó usted al oírla...? A mí, con la música me ocurren cosas raras: cierro los ojos y veo paisajes desconocidos, caras extrañas; y es notable que tantas veces como oigo las mismas obras se repiten idénticas visiones. Si hablo de esto con las gentes de abajo, me llaman loco. Pero usted es de los míos, y no temo que se burle.
Las casas, no tenían más que uno ó dos pisos sin balcones ni ventanas, ni más huecos á la calle, que algunas estrechas aspilleras y ventanillos, ó ajimeces, palabra, cuya significación no era entonces la misma que se le dá hoy pues llamamos ajimez al vano gemelo, cuyos arcos se apoyan en una columna central; y entonces, los antiguos nombraron así á los vanos de cualquier forma, ocultos por un cierro, formado en sus lados y frente por tupidas celosias de madera, con su tejaroz, apoyado en canes de bastante vuelo, que proyectaban grandes sombríos batientes en aquella especie de caja calada, tras de la cual podíase ver sin ser visto, como actualmente existen en muchas ciudades orientales.
Yo no debiera pensar más en él y dar mi mano al regidor; pero ansí que cierro los ojos, le veo en mi mente con su lindo rostro tan pálido, la capa levantada por el estoque y la gran pluma negra que estila agregó figurándola con el gesto al costado de su cabeza. Nunca me acontece confundir sus pasos en la calle, cuando corro a la vidriera.
Marchaba Flora encarnada y brillante como una rosa de Alejandría, marchaba Demetria blanca y esbelta como una azucena de Mayo. Cierro los ojos, miro hacia adentro y aún os veo cruzar por delante de mi casa llenas de atractivos como dos estrellas descendidas de la región azul del firmamento para iluminar mi valle natal.
Vete á tu cuarto ... Yo voy á dar una vuelta para vigilar y ver si todo está tranquilo. Yo mismo cerraré las puertas y las ventanas para que puedas dormir en paz.... Tienes razón. Subo á mi cuarto, cierro con llave la puerta del de Herminia y me acuesto. Buenas noches; hasta mañana. Eran las diez. Herminia estaba todavía leyendo en su cuarto. Reinaba un profundo silencio.
No señor, si cierro no verá usted bien hasta llegar a la esquina.... Muchas gracias... adiós, adiós. Buenas noches, D. Fermín. Esto lo dijo Petra muy bajo, sacando la cabeza fuera del portal, y cerró con gran cuidado de no hacer cualquier ruido. «¡D. Fermín!» pensó el Magistral. «¿Por qué me llama esta D. Fermín? ¿Qué se habrá figurado? Mejor, mejor.... Sí, mejor.
Y esto en invierno; que en verano, ó cierro la puerta de mi antepecho, ó he de contemplarlos hasta en la menor particularidad de su vida íntima, tanto de día como de noche.... Por hacerme partícipe de sus costumbres estas pobres gentes, hasta me despierta á mí al mismo tiempo que á ellas el penetrante é intraducible grito de ¡apuyááá! con que les llama, á las tres de la mañana en verano y á las cinco en invierno, para ir á la mar, otro marinero que tiene por esta obligación algunos gajes.
Pero teniendo en cuenta tus virtudes, cierro mis ojos a aquella disparatada ostentación y espero que tú me correspondas, volviendo a tu modestia y no poniéndome en el caso de hacer una justiciada. De este modo nuestros hijos tendrán pan que llevar a la boca y zapatos con que calzarse, y yo podré esperar tranquilo la vejez».
Palabra del Dia
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