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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Era un combate, cada veinticuatro horas, con las fuerzas ciegas de la Naturaleza. El ejército del trabajo se extendía por todo el globo: arañaba los continentes, saltaba a las islas, surcaba el mar, descendía a las entrañas del suelo. ¿Cuántos eran sus soldados? ¡Quién podía contarlos! Millones y millones.

Al comenzar la tarde, la bruma se apoderó del mar, y fuimos navegando a ciegas. El hambre, la sed y el cansancio nos impulsó a acercarnos a tierra. Hacía más de veinticuatro horas que llevábamos sin comer; teníamos las manos ensangrentadas. Aterramos en una playa desierta, próxima a un pueblecito que tenía su puerto.

Marchamos a ciegas. He visto hombres que corrían hacia Jerez, para avisar nuestra llegada. Nos esperan; pero no para nada bueno. te cayas, Maestrico repuso imperiosamente el caudillo, que, orgulloso de su cargo, acogía como una irreverencia la menor objeción. Te cayas; eso es. Y si tienes miedo, te najas como los otros. Aquí no queremos cobardes. ¡Yo cobarde! exclamó con sencillez el muchacho.

Esa poca de guerra, que empieza ahora, en nuestras provincias, es indudablemente por derechos claros y bien entendidos: sobre todo, si alguno de los partidos contendientes pudiese ir a ciegas en la lid, e ignorar lo que defiende, no sería ciertamente el partido más ilustrado, es decir, el liberal.

Pero el autor de los versos era contemporáneo de ella y se parecía a ella en extremo por la dolencia y la pasión que le atormentaban. Amaba o mejor dicho deseaba amar; nada veía en torno suyo digno de su amor; y buscaba lejos, a ciegas y sin guía el raro y precioso objeto que mereciese ser amado.

El mástil de trinquete y la proa eran débiles sombras, siluetas borrosas, pálidos dibujos sobre un fondo gris. Muchos pasajeros, especialmente las mujeres, mostraban inquietud. Excitaban sus nervios los rugidos de la chimenea, que parecían llamamientos de socorro. Irritábales no poder ver, marchar a ciegas por unos parajes de frecuente navegación.

Nunca había pensado en él despacio; era una de tantas creencias irreflexivas en ella como en los más de los fieles; creía en el Infierno como en todo lo que mandaba creer la Iglesia, porque siempre que su pensamiento se había revelado, ella lo había sometido con acto de pretendida fe, había dicho «creo a ciegas», tomando las palabras y la resolución de creer por la creencia.

Avanzaban los humanos comiendo, bailando, requebrándose de amor por lugares del globo donde aún subsistían las formas crueles y ciegas de la bestialidad prehistórica. Vivían lo mismo que en tierra, sin acordarse de que marchaban sobre una columna acuática y movible de seis mil metros de altura, de la cual era el buque a modo de un capitel.

Vuelve allí los ojos a aquella cuadrilla de sastres que están acabando unas vistas para un tonto que se casa a ciegas, que es lo mismo que por relación, con una doncella tarasca, fea, pobre y necia, y le han hecho creer al contrario con un retrato que le trujo un casamentero, que a estas horas se está levantando con un pleitista que vive pared y medio dél , el uno a cansar ministros y el otro a casar todo el linaje humano; que solamente , por estar tan alto, estás seguro deste demonio, que en algún modo lo es más que yo.

En determinadas situaciones, nacidas de circunstancias y precedentes como los que habían creado la nuestra, no se discurre como en los trances ordinarios de la vida. Se aceptan a ciegas para no retroceder... El paradero, Dios le sabe. »Cuando hubo salido de nuestra casa el último de los tertulianos, me llamó mi madre a su habitación. Estaba ya acostada gran rato hacía.

Palabra del Dia

hociquea

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