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Actualizado: 20 de octubre de 2025
En vano los chuetas, huyendo de este odio que perduraba a través del progreso, extremaban su catolicismo con una fe vehemente y ciega, en la que influía mucho el terror infiltrado en su alma y en su carne por una persecución de siglos.
Sólo podía juntarse con las de su raza, y aun éstas, ansiosas de congraciarse con el enemigo, se traicionaban mutuamente, sin energía ni cohesión para la defensa común. A la hora de salida, las chuetas se marchaban antes, por indicación de las monjas, para evitar los insultos y ataques de las otras alumnas al verse juntas en la calle.
Hasta había solicitado que le presentasen a los altos varones de Israel; pero al ponerse en contacto con estos hebreos verdaderos, que conservaban su religión y su independencia de raza, no sintió la instintiva repugnancia que le inspiraban el devoto don Benito y otros chuetas de Mallorca. ¿Era el ambiente, que influía en él? ¿Era que una sumisión de siglos, el miedo y el hábito de doblarse, habían hecho de los de Mallorca una raza distinta?...
El Concejo se alborotaba con esta disposición absurda del monarca, sobradamente bondadoso, y el regidor Febrer solucionaba el asunto con la autoridad de su nombre. «Archívese la pragmática; se acata, pero no se cumple. ¿Para qué necesitan los chuetas tener dignidad como cualquiera de nosotros? Con tal que no les toquen la bolsa o la mujer, se dan por contentos.»
No existían en ella judíos de religión. Hacía siglos que había quedado disuelta la última sinagoga. Todos se habían convertido en masa, y los rebeldes fueron quemados por la Inquisición. Los chuetas de ahora eran los católicos más fervorosos de Mallorca, llevando a sus creencias un fanatismo semita.
De éste surgían unas mangas de terciopelo de distinto color que el jubón, adornadas con doble fila de botones de filigrana, obra de los plateros chuetas. Una triple cadena de oro deslumbrante, rematada por una cruz, partía su pecho, pero con eslabones tan enormes, que a no ser huecos la hubiesen agobiado bajo su pesadumbre.
Siempre enfadado con Febrer, pero moviéndose hábilmente para desenmarañar sus asuntos. El contrabandista tenía fe en Valls. Era el más listo de los chuetas y generoso como ninguno de ellos. Indudablemente sacaría a flote los restos de la fortuna de Jaime, y éste podría pasar su existencia en Mallorca tranquilo y feliz. Más adelante recibiría noticias del capitán.
No; con el matrimonio pocos juegos. En España es indisoluble, no hay divorcio, y el hacer experiencias con él resulta caro. Por eso Valls se había mantenido célibe. Febrer, irritado por estas palabras, apeló al recuerdo de las ruidosas propagandas que hacía Pablo contra los enemigos de los chuetas.
Los abuelos achicharrados en la hoguera y los nietos marcados y malditos por los siglos de los siglos... El capitán perdía su tono irónico al recordar la historia horripilante de los chuetas de Mallorca. Se coloreaban sus mejillas y brillaban sus ojos con fulgores de odio.
Les atendí, les hice toda clase de favores. «Tengan ustedes cuidado dije muchas veces ; piensen que soy chueta, y los chuetas son gente muy mala.» La mujer reía. ¡Qué barbaridad! ¡Qué atraso el de la isla! Judíos los había en todas partes y eran gentes iguales a las otras. Nos vimos menos, trataron a otras personas.
Palabra del Dia
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