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El espada saludó ante el palco abriendo los brazos con el estoque y la muleta, mientras las manos de doña Sol, enguantadas de blanco, chocaban con la fiebre del aplauso. Luego, un objeto rodó de espectador en espectador desde el palco hasta la barrera.

Querían entrar en la enfermería para ver a Pachín y tranquilizarse. Acogían con incredulidad las palabras de un camarero español que, obedeciendo la consigna, les juraba por su salud que el enfermo estaba mejor. Chocaban sin éxito contra el marinerote rubio que obstruía la puerta con su rudeza de roca. El médico había prohibido la entrada y era inútil insistir.

Pepe Güeto, hijo de un rico labrador de Villafría, de edad de treinta años, era el hombre más grave, mesurado y formal que se conocía en toda la provincia. Las locuras y regocijos algo descompuestos de doña Manolita le chocaban de un modo atroz y siempre los estaba censurando.

De esta educación francesa quedábale, amén de muchas costumbres que chocaban abiertamente con las nuestras, una pronunciación extranjera que se esforzaba en disimular y una exquisita y un tanto afectada urbanidad en sus modales, que se grababa profundamente en la memoria de cuantos le trataban.

Si la ves, dile que mande por sus cuatro pingos y por los papelotes de su padre». Y en efecto, al anochecer del 12, Isidora mandó por su equipaje. ¡Temblad, humanos!..., ¡ponía casa! El furor de D.ª Laura creció, y en ella chocaban las palabras con las ideas y las ideas con las palabras, como las olas de un mar embravecido.

Chocaban los vehículos, y cuando los conductores, á impulsos de la costumbre, iban á injuriarse, intervenía el gentío y acababan por darse las manos. «¡Viva FranciaLos transeuntes que escapaban de entre las ruedas de los automóviles reían, increpando bondadosamente al chauffeur. «¡Matar á un francés que va en busca de su regimiento!» Y el conductor contestaba: «Yo también partiré dentro de unas horas.

Sentado delante de la mesa de trabajo, fastidiado de todo, en un abatimiento físico y moral angustioso, como nunca había sentido, seguía con la mirada distraída las nubes negras que invadían poco a poco todo lo que quedaba de cielo azul. Y semejantes a aquellas nubes, sus ideas sombrías chocaban entre , torturando su cerebro.

No insistí más que en las escaramuzas. En una de ellas, mientras esperábamos un convoy enemigo ocultos en un bosque de robles, sentí cierto campanilleo extraño y temeroso. Eran las espuelas de los soldados de caballería, que chocaban, por el temblor de las piernas, con las vainas de los sables. ¿Cómo por el temblor? Yo pensé que los valientes voluntarios del rey no temblaban jamás. ¡Oh!

Su campo estaba dentro de , y sus fuerzas terribles chocaban dentro del espacio silencioso de mi pensamiento. ¿Cómo no atender a ella más que a otra alguna? El corazón, tirano indiscutible, agrandando inconmensurablemente las proporciones de mi batalla, habíala hecho mayor que aquella de que tal vez dependían los destinos del mundo.

Muchas veces el impulso era demasiado rudo; chocaban las cabezas de los niños con sordo ruido, aplastábanse las tiernas narices contra los pliegues del metálico hábito, pero el fervor de la muchedumbre parecía contagiar a los pequeños; eran los futuros adoradores del fraile moro, y rascándose los chichones con las tiernas manecitas, se tragaban las lágrimas y volvían a adherirse a las faldas de sus madres.