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Actualizado: 3 de junio de 2025


Nunca dispari los dos a un tiempu me recomendó Chisco , y guardi el segundu pa si convien repetir en mejor sitiu, sin quitar el arma de la cara.

En la primera me declaró todo lo que yo sabía perfectamente por boca de Chisco: la historia de su desdichada unión con el pícaro baratijero contra la voluntad y las sabias advertencias de mi tío, que era como su padre y señor.

A usted ¿qué le parece? De perlas me pareció, y así se lo declaré a Neluco. Quedó él en convertir el plan en cosa hecha, y llegamos en esto a la alcoba de Chisco. El cual no estaba ya en ella ni en sus inmediaciones. Preguntando por él a Tona, supimos que andaba, buen rato hacía, arreglando el ganado. Bajamos a las cuadras y allí dimos con él.

En cuanto a , con admirar tanto como admiré la atrocidad heroica de Pito Salces, y con sentir tan hondamente como sentí el percance tremendo del pobre Chisco, aún me resultaba poco todo ello en comparación del cuadro de horrores que yo había estado forjándome en la cabeza durante el día y una buena parte de la noche.

También se quedaron Chisco y Pito Salces con otros dos mozones de mi confianza, bien advertidos por de muchos cuidados, particularmente el de la vigilancia, no si porque me salió espontáneamente de adentro la ocurrencia, o porque me la inspiró una mirada elocuentísima de la mujer gris, al ver cómo iba a quedarse la casona, sin nosotros, indefensa y punto menos que vacía.

Recuerdo que el sonido de las herraduras de los caballejos y el de los tarugos de Chisco sobre las lastras de la subida, juntamente con el murmullo de las cristalinas aguas de la vadera, no me impresionaba en el espíritu, sino en el cuerpo: me daba frío. Hasta tal punto llevaba yo pervertidas las sensaciones por obra del tedio y del cansancio.

Antes de acostarme le había dicho a mi tío que si él se encontraba bien y no me necesitaba para alguna cosa, pensaba madrugar y subir a la montaña con Chisco para estirar un poco las piernas y quemar algunos cartuchos, si había ocasión de ello.

Y me llevó a remolque hasta la cocina, donde me hallé a la mujer gris, a Tona y a Chisco, sentados a la perezosa y almorzando unas fritangas con borona. Diéronme risueños los buenos días, levántandose muy corteses, y apenas me dejó tiempo mi tío para cambiar con ellos algunas palabras; porque tan pronto como abrió una puerta cercana a la mesa y en la misma pared, comenzó a llamarme a su lado.

Pito no se cansaba en avisar a nadie ni en tomar la más leve precaución cuando una pieza se le ponía a tiro, es decir, en cuanto él la atisbaba, lo mismo en los aires que entre los matorros, que atravesando la sierra escampada, porque para un arma de las dimensiones de la suya y con la metralla de que la atascaba, no había lejos ni cercas: se la echaba a la cara, y por encima de un hombro mío o entre las piernas de Chisco, según lo pedía la situación de las cosas y de las personas, sin cansarse en decir «allá va eso», «¡puuunnnAquello parecía el fin del mundo: los montes retemblaban, y quedaba la pieza, no sólo muerta, sino hecha trizas, porque él no perdía golpe, ni la pieza un solo grano de la metralla del escopetón.

Observé que le gustaba el razonamiento a Tanasia, aun en la hipótesis de dar por difunto a Pepazos, y esto me animó a distinguir y encarecer las valentías de Chisco entre las de todos los valientes que le acompañaban, lo cual fue menos del agrado del Topero que del de su hija, señal bien evidente de que el Tarumbo no estaba mal informado acerca de este delicado particular.

Palabra del Dia

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