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Actualizado: 3 de junio de 2025


Esto, dicho entre cabriolas, manoteos y risotadas, delante de toda aquella gente, y sin respeto alguno a la autoridad del señor Cura, dejó desconcertado y mohíno a Pepazos, y a Chisco del color de la nieve, y no de frío, sino de santa indignación que puso a Chorcos en grave riesgo de bajar rodando una ladera «pendía» que asomaba a diez varas de ellos.

Chisco me miraba de reojo y hasta se sonreía un poquillo, particularmente cuando se fijaba en mi calzado, y, sobre todo, cada vez que me veía resbalar en la arcilla blanda o sobre las lastras de los encalabrinados senderos.

Legaba el testador a la primera, amén de las fincas que había tenido en renta cuando se casó, seis onzas de oro; otras seis a Tona, y a Chisco doce. Después de la lectura de cada cláusula, miraba yo un instante al correspondiente legatario.

Chisco, sin decir una palabra, ató el Canelo con un cordel que llevaba liado a la cintura, y mandó a Chorcos que hiciera otro tanto con la perruca, antojándoseme a que había leído en la actitud sobresaltada de aquellos nobles animales, la confirmación de los supuestos de Pito, al cual advirtió, con la amenaza de amarrarle a él también si no tomaba en serio la advertencia, que no hiciera cosa alguna sin que se la mandaran hacer.

Don Sabas miró entonces a Neluco con ojos de alarma; Neluco al Cura; Chisco y Pito Salces a los dos; y todos se miraron unos a otros, y todos se detuvieron de repente como si obedecieran al impulso de un mismo resorte. Canelo y sus congéneres se detuvieron también y se arrimaron al grupo, mirando a todas las caras y exhalando entrecortados aullidos quejumbrosos.

Pasado el lomo de las dos hoyadas, empezó Chisco a dar señales de tener mucha prisa por llegar a algún sitio determinado, y al fin resultó ser un arroyo de aguas purísimas y transparentes como el cristal, en que bebieron a un mismo tiempo y en una misma poza, el espolique y su caballo. Noté, al acercarme a ellos, que andaba el mío algo codicioso del mismo regalo, y no traté de negársele.

Dejándome llevar del único pensamiento racional que sobrevivía en mi cabeza, pregunté a Chisco: Dime, hombre, ¿se parece a esto nuestro valle? ¡Quiá! me respondió el espolique con el mayor desdén. Es más ancho, ¿eh?... y más... ¡Quiá! Ni la metá siquiera. ¡Demonios! repliqué . Pero serán más bajos los montes...

Canelo desapareció pronto al otro lado de la peña, y Chisco, después de detenerse unos instantes a observar desde la esquina, hízonos señas de que podíamos seguirle, y desapareció también. Entonces al avanzar nosotros, fue cuando pude yo darme la respuesta a la pregunta que me había hecho poco antes: ¿dónde estaba la boca de la caverna? ¡Dios eterno, qué cúmulo de barbaridades las de aquel día!

No hay que temelu me dijo levantando, tan alto como pudo, el índice de su mano derecha, después de haberle metido en la boca . El aire es cierzu, y la niebla espienza a jalar parriba en los picachus. Cuando intimamos algo más, supe que se llamaba «Chisco», que servía en casa de mi tío muchos años hacía, y que no era natural de aquel pueblo, sino de otro más abajo.

Al hacerme yo esta pregunta mentalmente, fue cuando Chisco se adelantó a Pito y a ; y con encargo de que me colocara el último de los tres, comenzó a andar con mucha cautela y muy arrimado al peñasco, lo poco que nos faltaba de camino hasta la orilla de la quebrada.

Palabra del Dia

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