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Actualizado: 16 de julio de 2025
Tres colchas para los niños pobres. Una blanca, y otra celeste, y otra rosada. ¡Pero quiero tejerlas pronto yo sola, solita!... Después, mamá, ¡escucha bien, mamá!... Después Dios me curará y podré correr como los demás chicos... ¡Mándame comprar ya lo que necesito, mamita querida!
Se veía muchacho pelón jugando con los chicos de la vecindad los días en que su tío lo convidaba a comer en aquel portal inmenso, obscuro, rezumando humedad por entre su empedrado de guijarros.
Yo quiero que la justicia no tenga dos pesas y dos medidas, sino que sea igual para grandes y chicos. Téngalo ustedes así por entendido, y después de las diez de la noche... ¡a la cárcel todo Cristo! Antes de proseguir refiramos, pues viene a pelo, el origen del refrán popular a la cárcel todo Cristo.
Entre estos «chicos» heridos en la guerra, que habían pasado á la reserva naval y tripulaban el Mare nostrum, uno era distinguido por la predilección del viejo. Podía hablarle en español, á causa de sus navegaciones trasatlánticas, y además había nacido en Vannes.
Denegación muda. De modo que yo soy quien tengo que hacerlo todo. Discurramos con calma. Que Angustias es la raptada, no me cabe duda. Sé que al pícaro don Pedrito le gustaba la niña, que se veían a menudo en vacaciones, y hasta que le escribía desde el Seminario; pero, la verdad, no creí que iba a perder el sentido hasta ese punto. ¡Cosas de chicos! ¿Quién les pudo ayudar en la fuga?
Ambos tenían la vista fija, al través de los cristales, en la gran plaza de Nieva, cercada de soportales, donde los chicos que acababan de salir de la escuela se recreaban corriendo y chillando.
D. Rodriguín indicó por señas a los chicos que iba a entrar por el hueco de la bohardilla, con lo que ambos se asustaron y huyeron adentro. Mas sin arredrarse por esto el atrevido estudiante escurriose tejas abajo. Trepando gatunamente con los cuatro remos, penetró en la casa.
Sólo duraba en ella el gusto del aguardiente; y cuando se apimplaba, que era un día sí y otro también, hacía figuras en medio del arroyo, y la toreaban los chicos. Dormía sus monas en la calle o donde le cogía, y más bofetadas tenía en su cara que pelos en la cabeza.
Por eso, y porque ansiaba retirarse y descansar, traspasó su establecimiento a los Chicos que habían sido deudos y dependientes suyos durante veinte años. Ambos eran trabajadores y muy inteligentes. Alternaban en sus viajes al extranjero para buscar y traer las novedades, alma del tráfico de telas.
Un monaguillo fue a despabilar los cirios que ardían en torno de la imagen de Jesús, y de pie sobre el altar, con su cabeza rapada y sus ojos maliciosos, hizo muecas profanas a otros chicos que sus madres tenían orando de rodillas. Algunos clérigos salieron de los confesonarios y cruzaron hacia la sacristía a paso largo.
Palabra del Dia
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