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Actualizado: 3 de junio de 2025
El amor materno encuentra alojamiento en todas partes; es un huésped sin prejuicios, que sufre la vecindad de las pasiones más bajas. Vive cómodamente en el corazón más depravado y en el alma más pervertida. La señora Chermidy derramó algunas lágrimas bien sinceras pensando que había alienado la propiedad de su hijo y abdicado del nombre de madre. Era verdaderamente desgraciada.
Ya no hay Chermidy; Chermidy no existe, y tenemos derecho a decir ya el difunto Chermidy. »Ya sabe usted, tumba de los secretos, que jamás quise a ese hombre. No era nada para mí. Llevaba su apellido, soportaba sus botaratadas; los dos o tres bofetones que me ha dado eran los únicos lazos que el amor había formado entre nosotros.
El hombre que yo he amado, mi verdadero esposo, mi esposo ante Dios, no se ha llamado nunca Chermidy. Mi fortuna no procede de ese marinero; no le debo nada, y sería una hipócrita si lo llorase. ¿No asistió usted a nuestra última entrevista? ¿Se acuerda usted de la mueca conyugal que embellecía sus facciones?
Contó al barón la pasión insensata que lo consumía desde hacía seis meses; le explicó cómo se había despojado de todo por la señora Chermidy. El barón era un hombre excelente y quedó tristemente impresionado al oír que aquella casa que había visto levantarse en pocos meses había caído más bajo que nunca.
La profanación de las cartas de Germana tuvo lugar algunos días después de su llegada a Corfú. Si la señora Chermidy hubiese podido ver con sus propios ojos a su inocente rival, es probable que su miedo se hubiese trocado en piedad. Las fatigas del viaje habían dejado a la pobre niña en un estado deplorable.
Honorina pareció sumirse en una profunda reflexión y ocultó el rostro entre sus manos. El duque se apoderó de ellas poniendo fin así a aquel eclipse de belleza. La señora Chermidy le miró fijamente, sonrió con melancolía y le dijo: Perdóneme usted, señor duque, y olvidemos nuestros castillos en el aire. Nos extraviábamos en el porvenir como dos niños en el bosque.
Nunca había desesperado de ser condesa de la Villanera. Toda mujer que engaña a su marido aspira necesariamente a ser viuda; con mayor motivo cuando tiene un amante rico y soltero. No creía descabellado que Chermidy faltase un día u otro. Un hombre que vive entre el cielo y el agua es un enfermo en peligro de muerte. Sus esperanzas habían tomado cuerpo desde el nacimiento del pequeño Gómez.
Estoy seguro de que tú la has visto. ¡Mi hija también la ha visto! ¡el doctor también! todos, en fin, ¡menos yo! Ve a buscármela y te haré rico. Mantoux respondió: Puedo jurar al señor duque que no sé dónde está la señora Chermidy. ¡Dímelo, bribón! no se lo contaré a nadie: esto quedará entre los dos... Si no me lo dices esta noche, te haré cortar la cabeza añadió en tono de amenaza.
Su delgadez era espantosa y la señora Chermidy hubiera tenido sumo placer en verla. Se podía decir que debajo de la piel límpida y transparente no tenía más que huesos y tendones; los pómulos parecían salírsele de la cara. ¡Verdaderamente era preciso que la señora Chermidy fuese muy impaciente para pedir algo más!
Al mismo tiempo pudo estudiar, a través de las confesiones y de las reticencias del anciano, el carácter singular de la señora Chermidy. La autoridad de un espíritu sano es muy eficaz sobre un cerebro enfermo.
Palabra del Dia
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