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Actualizado: 11 de junio de 2025


¡Es que ya estás curado!... ¿Vamos?... Te has pasado acumulando lágrimas engendradas por preocupaciones ridículas, mientras tu organismo se viciaba por influencia de esas mismas preocupaciones, y libre de ellas, han bastado unas cuantas horas y un poco de aire puro y de nuevas perspectivas para que tu organismo se revolucione y arroje de al déspota que lo esclavizaba... y que ha salido... ¡llorando!... ché... así son los tiranos...

No habían andado dos leguas, cuando Baldomero exclamó: Pará, ché Hipólito; aquel hombre viene queriendo alcanzarnos. En efecto, era un peón de Garona, que al llegar próximo al break y antes de que su caballo se detuviera del todo, se arrojó de él, bajándole la rienda, y dirigiéndose a Melchor le dijo: Aquí le traía estos telegramas.

, Melchor... ya estamos listos le contestó Lorenzo, profundamente abatido; ¿no tienes nada que mandar? Nada, ché... recuerdos... y si van por casa le dices al viejo que le voy a escribir... y que yo iré dentro de unos días... ¿Cuándo?... más o menos. ¡Hombre!... Cuando me desocupe. ¿Tienes algún trabajo que realizar?...

No, Ricardo; esto lo demuestran los mismos animales, y si no observa a las vacas, por ejemplo; ¿ crees que una vaca a la que el tambero le quita la leche que ella formó para su ternero no sufre? ¡Sufre, che! pero se resigna. ¿Y sabes cómo lo demuestra?... ¡Comiendo de nuevo para tener leche otra vez, en la esperanza de que le alcance al hijo de sus entrañas!...

Bueno, déjalo dijo Melchor, en tono de broma, cada loco con su tema... y ya no faltan más que cinco minutos... ¿cargaron todo? Todo, , señor contestó Rufino. Ché, ¿y las boletas? Aquí están, niño. ¡Bueno, andando! dijo Melchor. El grupo se dirigió al sitio que tenían tomado en el tren y que Rufino había arreglado y elegido convenientemente al lado del coche-restaurant.

Yo creía que irían hincados dijo burlonamente Ricardo. Quizá no falten quienes vayan así, por alguna promesa o por fanatismo. Subamos, ché, que va a ser la hora. De nuevo en sus asientos, Ricardo reanudó el tema, diciendo: Deben ser felices los que creen, ¿eh? Si la felicidad está en creer repuso Melchor, todos deben ser felices. Todos los que creen. ¿Y crees que haya excepciones?

¡De yeguas, ché! porque, según pude entender, la «Nona», que es la señora de «Pepito», había vendido a «Toto», que es el marido de la «Beba», una yegua del coche, en cuatrocientos pesos, que había invertido en comprar un «modelo». ¿Qué es lo que dices?

Con un telescopio nos pasaríamos las noches en claro. Menos yo, ché, Melchor. ¿Por qué, Ricardo? Porque me marea mirar al cielo. ¡Te marea!... ¿Pero que estás diciendo?... Lo que oyes: Yo no tengo cabeza para contemplar estas cosas y si me esfuerzo por entenderlas, acabo por aturdirme... ¡qué yo!

¿Y de qué quieres que hable, Ricardo?... ¡Yo tan luego!... No tengo temas agradables, ché... ¡Yo tengo dijo Lorenzo, ahora que me acuerdo! Entre las cartas que nos trajeron hoy recibí una del doctor Moreno en que me dice que te pida permiso para mandar aquí a todos sus enfermos en vista de las noticias que le daba de mi estado. ¡Al fin me da la razón ese pillo!

Si alguien me hubiera dicho que no era el rey, el czar, el emperador, el niño mimado de la suerte, le hubiera mirado con olímpico desprecio. En el teatro había ópera, y más de una vez de pie, en el palco junto a ella, se me arrasaron los ojos de lágrimas oyendo al tenor en Lucía, aquello de: Tu che a Dio spiegasti l'ale.

Palabra del Dia

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