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Actualizado: 4 de septiembre de 2025
La veía pasando por la Galería al lado del doctor Moreno: ella rubia, flacucha, angulosa, con el desequilibrio de un exagerado crecimiento, mirando asombrada con sus ojazos verdes aquella ciudad fría y tumultuosa tan distinta de los cálidos huertos de su niñez; el padre, barbudo, cejijunto, enérgico, irritado todavía por el fracaso de sus adoradas creencias; un espantable ogro para los que no conocieran su sencillez casi infantil.
Y estas cartas, garrapateadas por la sangrienta zarpa de aquel bruto, acabaron por obsesionarle, por obligarle a marchar al distrito. Había que verles después de la paella, hablando en un rincón del huerto; el diputado, obsequioso y amable. Bolsón, cejijunto y malhumorado.
Armado de punta en blanco, avellanado y cejijunto, de mirada penetrante, y brillando como un sol, gracias al barniz reciente, el misterioso personaje del lienzo se ofrecía a los ojos soñadores de Emma como el tipo ideal de grandezas muertas, irreemplazables.
D. Martín estaba malhumorado y disputaba a cada jugada. D.ª Eloisa hablaba tranquilamente del caso. Ninguno, por estupendo que fuese, conseguía alterar el sistema nervioso de la buena señora. Su interlocutora D.ª Serafina seguía dirigiendo frecuentes miraditas y sonrisas a su capellán; pero éste se había puesto repentinamente serio, cejijunto.
El príncipe y la duquesa se separaron un poco en el banco y permanecieron en silencio: él mirando al suelo, preocupado y cejijunto; ella con los ojos en la raya del horizonte, siguiendo la lenta marcha de las goletas, que habían combado sus alas bajo la brisa precursora del crepúsculo. La tenacidad con que Miguel ponía su vista en el suelo hizo que Alicia se equivocase.
Cantaba María de la Luz, cantaba el señorito, y hasta el cejijunto Chivo, obedeciendo a su patrón, soltaba el chorro de su voz fiera, entonando broncos recuerdos a la reja de la carse y a las puñalás caballerescas por defender a la madre o a la mujer amada. ¡Olé, grasioso! gritaba el capataz, irónicamente, a aquel figurón patibulario.
Don Ramón les escuchaba a todos, gravo, cejijunto, con la cabeza inclinada, teniendo a su lado al pequeño Rafael, apoyándose en él con un ademán copiado de los cromos, donde él había visto a ciertos reyes acariciando al príncipe heredero. Las tardes de sesión en el Ayuntamiento, el cacique no podía abandonar su patio.
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