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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Cantaba María de la Luz, cantaba el señorito, y hasta el cejijunto Chivo, obedeciendo a su patrón, soltaba el chorro de su voz fiera, entonando broncos recuerdos a la reja de la carse y a las puñalás caballerescas por defender a la madre o a la mujer amada. ¡Olé, grasioso! gritaba el capataz, irónicamente, a aquel figurón patibulario.
No te pido papiris der Banco; suerta manque sean tres perrillas más. En sus exploraciones en torno del mercado, cuando vagaban aburridas, sin encontrar parroquianas, plantábanse audazmente ante los hombres que salían de las tabernas o los comerciantes que tomaban un poco de aire a la puerta de sus establecimientos. ¿Te la digo, grasioso?
El respetable padre de las Moñotieso, abriendo la boca desdentada y negra con femeniles gritos, movía sus caderas descarnadas, hundiendo el vientre para hacer surgir con mayor relieve la parte opuesta. Sus mismas hijas celebraban con grandes risotadas estos alardes de una vejez envilecida. ¡Olé, grasioso!...
Palabra del Dia
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