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Actualizado: 13 de octubre de 2025
Los que tenéis autoridad, abolid la cazuela: meted en ella el elemento masculino: la mujer sola se vuelve culebra en aquel antro aéreo. Aquella noche la cazuela dio cuenta de la reputación de mi tío y de la de Blanca.
Las miradas de todos, después de escrutar las alturas de la cazuela, se dirigieron a la presidencia. Don Rosendo turbado aún, y con voz algo enronquecida, dijo: Señores: Si con esas palabras se quiere manifestar que yo, al convocar esta reunión, he abrigado algún pensamiento bastardo, mi delicadeza no me permite continuar en este sitio, y me retiro... ¡No, no! ¡Que siga! ¡Viva el presidente!
El mísero poeta se desespera, observando con dolor que el éxito bueno ó malo de su comedia depende del arbitrio de tan andrajoso personaje. »Hay cierto departamento en estos teatros, que corresponde á nuestro anfiteatro, y se llama la cazuela. Concurren á él las mujeres más frívolas y los señores más principales para charlar con ellas.
Serán las diez, señorita. Y llueve. Eufemia atendió al ruido de la calle. Sí, llueve. Vamos a salir. ¡A salir! Sí, tú calla. Anda, tráeme un vestido tuyo, de percal, y un mantón tuyo y un pañuelo... vamos las dos de artesanas. Vamos al teatro, a la cazuela.
El teatro de Milianah no es otra cosa que un antiguo almacén de forrajes, transformado bien o mal en sala de espectáculos. Enormes quinqués que se llenan de aceite durante los entreactos, hacen oficio de arañas. La cazuela está de pie, la orquesta en bancos. Las galerías están muy orgullosas porque tienen sillas de paja... Rodea a la sala un largo pasillo, obscuro, sin entarimar.
En el piso de la cazuela hay una confitería, y a esta confitería pueden entrar los hombres. ¡Ah, y tú quisieras...! Déjame concluir, Charito. Iríamos juntas tú, Lucía Moreno y yo. Julio se acercaría como un amigo común... Basta, eso de mí no lo conseguirás nunca. Atiéndeme, Charito. Es inútil, no insistas.
Al ver esto, todas las vecinas de la casa que estábamos en los balcones, empezamos a tirarles cuanto teníamos. Una les echaba una cazuela de agua hirviendo, otra la sartén con el aceite frito; yo cogí el puchero que había empezado a cocer, y sin pensarlo dije: «Allá va»; y aunque aquel día nos quedamos sin comer, no me pesó, no, señor.
No se oía ruido de viento: la calma era absoluta; pero en este ambiente tranquilo, el frío resultaba más punzante, más mortal. Parecía que el mundo acababa aquella noche, que el sol ya no saldría más, que la tierra iba a permanecer por siempre bajo su mortaja de nieve. El joven entró en la cocina. En una cazuela quedaban unas brasas, abandonadas por la Teodora después de su cocimiento.
Delante se colocaba el candil de barro, encendido con aceite, y se le tapaba con la olla, de modo que no se viese más luz que la que saldría por los siete bujeros, y a corta distancia se ponía la cazuela con lumbre para echar los sahumerios, y se empezaba a decir la oración una y otra vez con el pensamiento, porque hablada no valía.
Algunas noches, por favor especial de su amiga y ruegos insistentes de Lucía Moreno, hallaban ocasión de conversar, después del primer acto, durante todo el resto de la función, en la confitería de la cazuela. Entonces se quedaban casi completamente solos. Los mozos, junto al mostrador, contaban dinero y hablaban en voz alta.
Palabra del Dia
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