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OTRA FÓRMULA. Se limpia y corta en trozos, se untan de harina, se fríen y se van colocando en una cazuela de barro; en la misma sartén se dora harina, se echa agua y se vierte todo sobre el besugo; en el mortero se machaca un diente de ajo, perejil y almendras tostadas, se deslíe con agua, se vierte sobre el besugo, se hace hervir y se saca.

LENGUA A LA ESCARLATA. Se toma una lengua de vaca, se frota bien con un paño; se frota con sal de nitro y se coloca en una cazuela de barro, cubriéndola bien de sal común, en la cual debe permanecer durante ocho días, dándole vuelta en cada uno y cuidando de que siempre quede cubierta de sal.

Cayeron sobre el encorvado espinazo del viejo, que estaba, como siempre, con la azada en las manos y la vista en el surco. Cumplía su destino con la indiferencia y el valor de un disciplinado soldado de la miseria. Trabajar, trabajar mucho, para que no faltase la cazuela de arroz y la paga al amo.

Pero por verso privado de aquel esparcimiento, no gustaba que los demás se privasen, y con frecuencia instaba a su mujer para que saliese a tomar el aire. «Hijita, no qué me da de verte encerrada en esta cazuela. Yo no siento el calor; pero que no cesas de andar de aquí para allí, estarás abrasada.

Por último, en mitad del discurso de don Rosendo, o porque nada pudiese oponer a su grave elocuencia, o porque el ruido de los aplausos le exacerbase de modo irresistible, es lo cierto que salió de la sala, y comenzó a dar paseos por delante de la puerta del teatro en un estado de agitación lamentable. A los pocos momentos, volvió a entrar y subió a la cazuela.

Pues te he llamado cazuela prosiguió chasqueando la lengua porque una cazuela, ¿sabes ? una cazuela sirve para que la llenen de patatas guisadas. Dicho esto, el barón cayó en un espasmo de alegría tan violento que por poco se ahoga.

Sólo entonces consienten en irse a la perrera, y allí, mientras lamen su cazuela de sopa, refieren a sus compañeros de la granja lo que han hecho en lo alto de la montaña: un paisaje tétrico donde hay lobos y grandes plantas digitales purpúreas coronadas de fresco rocío hasta el borde de sus corolas.

Sepámoslo de una vez, ¡porra! ¿Por qué me ha llamado usted cazuela hace poco? ¿eh? ¿eh? ¿por qué? Te lo explicaré enseguida, hombre repuso el barón con calma; pero antes beberemos una copa por la congregación de todos los fieles cristianos, cuya cabeza visible es el papa... digo, si te parece. El capellán no puso obstáculo.

Pero, ¡Quilito! exclamó la tía escandalizada, y aquí entra esa criatura y verá esta vergüenza. Y él, sin volverse, muy tranquilo: Si es la Verdad, tía, o la Fuente, que no lo bien, ¿puede darse nada más natural? Indudablemente, en cuanto a natural, lo era, y aun sobraba. ¡Cómo estará Colón esta noche, tía! ¿Por qué no iba ella a la cazuela?

Detrás de ellas había, a la antigua usanza, un patio para ciertos menestrales que, por su edad, su categoría de maestros u otra circunstancia cualquiera, repugnaban subir a la cazuela y juntarse a la turba alborotadora. Del techo pendía una araña, cuajada de pedacitos de vidrio en forma prismática, con luces de aceite.