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Actualizado: 4 de junio de 2025


Tres casas y buhios muy crecidos Aquí Zárate halla, su gente Aloja: que los indios escondidos Vacios los dejaron prestamente. De á poco con cautela son venidos, Con cruces en las manos de repente, Diciendo, que huyeron temerosos, Y de la cruda muerte recelosos.

Pero el padrecito se echó pacientemente a juntar realejos, y cada vez que de las economías de su mesada conventual, alboroques, limosnas de misas y otros gajes alcanzaba a ver apiladas sesenta pulidas onzas de oro, íbase con gran cautela al portal de Botoneros y entraba en la tienda de don Marcos Guruceta, comerciante que gozaba de gran reputación de probidad, y que por ello era el banquero o depositario de los caudales de muchos prójimos.

En seguida le sirvieron en el mismo gabinete, donde ardía un fuego delicioso, una taza de caldo confortador y después algunas viandas, aunque con la debida cautela, por la flojedad en que debía hallarse su estómago: subieron además de la bodega el vino más exquisito y añejo.

Pero ¿cómo ha logrado usted...? dijo el marquesito. De un modo muy sencillo. Empecé aproximándome con cautela, cada día un poco más. ¿Sin careta? Sin careta ni guantes. Me fui acercando poco a poco. Dos o tres veces me picó alguna, pero lo sufrí con resignación. No les hacía ningún daño y al cabo logré convencerlas de que nada debían temer de .

Con prudente cautela, y como por milagro, lograban que no tropezasen los caballos y las mulas en aquellos vericuetos y que no cayesen rodando en hondo precipicio con el jinete o con la carga que llevaban. Más propios de cabras monteses que de hombres eran aquellos sitios. Podría asegurarse que jamás se había estampado en ellos la planta humana.

Las familias que tuvieron la desgracia de perder alguno de sus miembros, y aquellas que habian sufrido y sufrian aun las consecuencias del primer paso dado hácia el templo de la libertad, aleccionadas por la experiencia, se agitaban con cautela en favor de la santa causa y esperaban el momento oportuno de poder obrar con mayor acierto, con nueva decision y energia.

Te repito, pues, que seguí tu consejo de coquetear, no por reflexión, sino por instinto; no con estudio y cautela, sino ciegamente y poniendo en ello todo mi ser y toda mi alma. Todavía, si el Conde hubiera sido pobre como yo, obscuro como yo, menesteroso como yo, yo le hubiera dicho: cásate conmigo; pero siendo quien es, me repugnaba decírselo.

Es libro muy feo, y mi señora madre no me dejaba leer más que lo del Infierno, que da mucho espanto y sueña uno con ello. Pero mi señora madre tiene otros libros en el cofre, y cuando iba a misa, yo, con mucha cautela, los sacaba para leerlos. Uno se titula La farfulla, o la cómica convertida, novela escrita por un fraile de mínimos, y otra, Princesa, ramera y mártir, Santa Afra.

Se detuvo herida por una tentación irresistible; echó una mirada en torno, y no viendo a nadie, avanzó con cautela, tiró del cajón sin hacer ruido y escudriñó rápidamente su contenido. Allá, en un rincón, había dos libras de tabaco picado. Tomó una y, cerrando de nuevo, salió precipitadamente, ocultándola debajo del vestido.

Con la salud nueva sentía Emma esperanzas locas de no sabía qué deleites; y a tanto llegó esta fuerza expansiva, que aquellos mismos placeres secretos de su retiro voluntario, llegaron a parecerla insuficientes, no saciaban su sed de emociones extrañas; y, entonces, rompiendo la crisálida de su encerrona, determinó salir al mundo, no sin cautela, no sin disimulos, en busca de aventuras de que no había de dar cuenta a los parientes, procuradas entre misterios que las había de hacer más sabrosas.

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