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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Mi tía había tomado la costumbre de asistir a las lecciones, aunque no comprendiese nada y bostezara diez veces por hora. Ahora bien, la contradicción, aunque no fuera dirigida a ella, le causaba furor: furor tanto más grande, cuanto que no se atrevía a decir nada delante del cura. Por otra parte, el verme discutir le parecía una monstruosidad en el orden físico y moral.
Y aunque hubiera logrado borrarlo de la memoria, ¿qué adelantaría? ¿Se le borraría á ella? Pues esto era precisamente lo que le inquietaba, lo que, á pesar de la paz y ventura en que vivía, le causaba sordo malestar. Creía estar viéndolo, al través de sus grandes ojos negros, impreso con caracteres indelebles en su imaginación.
La tía Quica se dio cuenta del mal efecto que su conversación causaba en doña Manuela, y se apresuró a manifestar el objeto de su embajada, echando mano a la inseparable cesta. En ella llevaba algunas cosas para obsequiar a la señora en sus días; regalos de pobre, pero que ofrecía con la mejor voluntad del mundo.
Roberto había dado un salto y se mesaba los cabellos. Sus ojos, fijos en el anciano, resplandecían en la obscuridad. Ese cuaderno, dámelo; ¿dónde está? El doctor le explicó el peligro que corría el secreto de Olga y la inquietud que esto le causaba a él mismo. ¡Espérate, voy a ir a buscarlo! exclamó Roberto dirigiéndose hacia la puerta. El anciano lo detuvo.
Callándome siempre, pero con mirada escrutadora, procuraba yo, con curiosidad irresistible, penetrar en el centro de su alma, y ver el progreso que iba haciendo allí el conocimiento del mal y los estragos y la ruina que este conocimiento hacía en el buen concepto que ella de mí tenía formado. Grandísimo pesar me causaba lo que acabo de querer explicarte.
Ellos á lo antiguo se atenían. Además, el miedo á la huelga no causaba gran impresión en el fondo de su ánimo. Por grande que fuese el paro en el trabajo, poco perderían; el mineral no iba á desaparecer en las canteras; aguardaría á que fuesen á arrancarlo, si no en un mes, al siguiente, y si no al otro.
Sufría en silencio, intentando curarse: sería un hombre y, en los momentos de desaliento, el recuerdo del ridículo en que había vivido bastaría para darle fuerza. Pero, ¡ay! ¡cómo le aterraba la soledad de aquella existencia que aún le quedaba por delante! ¡Qué miedo le causaba la monotonía de una vida sin ilusiones! Vaya, Pepe: no hay que ser niño dijo el doctor con autoridad.
Bastábale para ser feliz y considerarse dueño de Tónica oír su voz, trémula por la emoción que le causaba un paseo tan íntimo. De pronto, Juanito pareció despertar. ¡Qué diablo! Ya estaban casi en la mitad del camino, cerca del Mercado, y él callaba, sin atreverse a decir lo que tan pensado tenía.
Carmen manifestó la sorpresa que le causaba aquel regreso, tan imprevisto por ella como lo fué la partida de su amigo; le encontraba el semblante desencajado y todo el aspecto de fatiga y ansiedad.
Las presenciaba impasible y hasta con cierto respeto como señal de su alta vocación, pues inclinaba su cabeza delante de las ciencias filosóficas y nada en el mundo le causaba tanta admiración como oír a un hombre hablar una hora seguida sin lograr comprender una palabra. Sin embargo, como era la hora del almuerzo y podía hacer daño a su sobrino, trató de calmarle.
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