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Actualizado: 30 de abril de 2025


Os venimos a molestar muy tarde, querida dijo la señora Cass, tomando la mano de Eppie, mirándole el rostro con expresión admirativa y de vivo interés. La misma Nancy estaba pálida y trémula. Eppie, después de haber acercado sillas para el señor Cass y su señora, fue a ponerse de pie junto a Silas y frente a ellos.

Creía firmemente que éstos debían de sentirse dichosos de vivir en una parroquia que contaba con un hombre tan cordial como el squire Cass que los invitaba a su casa y los quería bien. Aun en aquella primera fase de su humor jovial era natural que deseara suplir las imperfecciones de su hijo mirando y hablando por él.

Es muy penoso, cuando se le ha dado a entender claramente a un joven que se tiene la resolución de no casarse con él, por más que él deseara esa unión, verlo seguir, sin embargo, teniendo atenciones especiales. Y además, ¿por qué no tenía siempre las mismas atenciones, si realmente eran sinceras de su parte, en vez de mostrarse tan incoherente como lo era el señor Godfrey Cass?

Era el látigo de Godfrey. Le había gustado tomarlo sin permiso, porque el mango tenía puño de oro. Naturalmente que no era posible notar, cuando Dunsey lo llevaba en la mano, que el nombre de Godfrey Cass estaba grabado en el puño: sólo se veía que aquel látigo era muy hermoso.

El señor Cass ha sido tan bueno con nosotros haciéndonos construir la nueva pieza de la choza y dándonos camas y otros objetos, que no podría soportar la idea de molestarle por productos de su jardín o cualquier otra cosa. No; no le molestaréis dijo Aarón . ¿No hay un jardín en la parroquia donde se pierde una porción de cosas por falta de quien las utilice?

Todos estos pensamientos atravesaron rápidamente el espíritu de la señorita Nancy en su orden habitual, entre el momento en que se advirtió al señor Godfrey Cass de pie en la puerta, y aquel en que llegó junto a él. Felizmente, el squire también salió a recibirles y dirigió ruidosos saludos al padre de Nancy.

El corazón de Eppie se oprimía al pensar que su padre estaba afligido. Estaba a punto de inclinarse para hablarle, cuando una angustia violenta dominó por fin todas las que luchaban en el alma de Silas. Entonces dijo con voz débil: Eppie, hija mía, hablad. Yo no quiero impedir vuestra felicidad. Dad las gracias al señor y a la señora Cass.

Al mismo tiempo, un registro que hizo en el bolsillo de su chaleco, mientras iba reflexionando, le recordó que las dos o tres monedas pequeñas que encontró en su índice, eran de un color demasiado pálido para pagar una pequeña deuda, en defecto de cuyo pago, el caballerizo de Batterley había declarado que no haría más negocios con Dunsey Cass.

Vendrá a veros a menudo y no dejaremos escapar ninguna ocasión de hacer cuanto podamos para que seáis feliz. Un hombre sencillo, como era Godfrey Cass, al hablar bajo la influencia de alguna dificultad, balbucea necesariamente expresiones más groseras que sus intenciones y que tienen que rozar sentimientos delicados.

Id a ver a Winthrop y decidle que no vaya a lo de Cass y que me espere... ordenad que me ensillen mi caballo. ¡Ah! esperad; tratad de vender la vieja jaca de Dunsey y de entregarme ese dinero; ¿habéis oído? Ya no mantendrá más caballos a mi costa. Y si sabéis dónde se ha metido vos lo sabéis sin duda , podéis decirle que no se el trabajo de volver a la casa.

Palabra del Dia

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