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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Pues lo que hice al día siguiente: bajar al pueblo para pedir solemnemente la mano de Lituca a su abuelo y a su madre, después de haber dado por la noche cuenta de mi resolución al Cura don Sabas y al médico, que me la pusieron en las nubes, particularmente el primero, que hasta lloró de entusiasmado, y, por su gusto, hubiera mandado repicar las campanas en celebración del acontecimiento, que tenía por providencial para la casona, para mí, para Lituca y para el valle entero y verdadero.
Allí, en Luzmela, todo era paz y amor pensaba la niña soñadora , así como aquí, en Rucanto, todo es odio y venganza. Y tembló la pobre. Prestó oído atento.... ¿Reñían?... ¿La llamaban?... No; estaba muda la casona; Carmen podía seguir soñando. Soñaba con la mirada desvaída y los labios entreabiertos..., estremecida de frío..., con las mejillas húmedas de llanto.
Colgaban de las paredes algunos retratos viejos, de familia, por orden de antigüedad, desde la cota de malla hasta la peluca y las chorreras; dos grandes cornucopias de talla dorada, semejantes a las que había en mi habitación de la casona de Tablanca, y un San Jerónimo penitente, muy estropeado.
Suba, suba, señor don Marcelo, y descansará como debe, y le pondré de almorzar... ¡Cómo que no! Aquí todos somos unos. ¿Usté no lo sabe? ¿No se lo ha dicho Neluco? La casona de don Celso y la nuestra casa... ¡vaya!... de padres a hijos viene la estimación y la buena ley y hasta el parentesco, si un poco se escarba en la sangre...
La duración de los oficios no bajó un minuto de las dos horas calculadas; y cuando volvimos a la casona los que de ella habíamos ido a la iglesia, más el extraño don Lope que quería volverse a Coteruco desde allí, y se hubiera vuelto sin la intervención de don Román, único entre todos nosotros conocedor de los resortes por que se regía aquel carácter excéntrico, ya estaba la mesa preparada con todas las grandezas de abolengo..., y algo más que se había podido adquirir, hasta en las casas de los amigos, como don Pedro Nolasco y el médico.
Si le era posible ver las caras desde sus escondites, entonces una expresión tenebrosa se asomaba a sus ojos malécos. No se acordaba Carmen de haber hablado con aquel muchacho una buena palabra en los años que llevaba en la casona. La voz aceda del mozo sólo se alzaba iracunda contra su madre, contra su hermana o contra los criados. Se pasaba muchos días encerrado en su dormitorio.
Salí, pues, de la del Topero, salpicándome el vestido los copos de nieve que empezaban a caer; y apretando bien el paso y aprovechando la escasísima luz que quedaba del día para mirar en todas direcciones buscando con los ojos lo que no encontraba por ninguna parte, llegué pronto a la casona, en la cual hallé a mi tío muy apurado por mi ausencia, que le expliqué como mejor pude, y a la mujer gris que me devoraba con los ojos pidiéndome noticias que esperaba yo obtener de ella.
En vano Carmencita hubiera hecho a gritos aquella pregunta desde la tronera de la casona. Salvador no hubiera cruzado el camino al alcance de su voz apesarada. Salvador estaba muy lejos de la paz gimiente del valle y del cantar ronco del Salia.
Señalado fue también de veras, ¡bien señalado!, aquel día para la casona de Tablanca y para el pueblo.
La hueste de mendigos descansa al sol ante el portal de la casona y se tiende por la orilla del camino aldeano. Sobre la veleta del hórreo, el gallo clarinea, en el sol, dorado y soberbio. ¡De toda la vida lo recuerdo! Al son de las doce repartíase el pan y las berzas a los pobres que acudíamos a este portal. Era una caridad de fundación. Venía desde los difuntos señores que levantaron la casona.
Palabra del Dia
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