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Actualizado: 1 de junio de 2025
Era aquel señor alto, seco, aguileño, bajo de color, de edad de cincuenta años, poco más o menos, pelo ralo y entrecano, cejas espesas, las mejillas cuidadosamente rasuradas, dejando solamente debajo de la nariz un exiguo bigote, que cada día iba siendo más exiguo merced a los trabajos invasores que por entrambos lados llevaba a cabo la navaja: la expresión de su rostro, severa e imponente, a lo cual ayudaban en no pequeña parte aquellas cejas pobladas que el buen caballero había recibido del cielo, y que solía arquear y extender en la conversación de un modo prodigioso; y en mayor porción todavía cierta manera extraordinaria de hinchar los carrillos y soplar el aire lenta y suavemente, que infundía en el interlocutor respeto y veneración.
Su cara era huesosa, irregular, sumamente abultada en la parte superior; la frente tenía una exagerada convexidad, mientras la boca y los carrillos quedaban reducidos á muy mezquinas proporciones.
Allí levantó la cabeza, y enderezó lo más que pudo la mirada al ventanillo de la puerta; y tal efecto le produjo la expresión dulce y melancólica de la carita de Nieves, incrustada en el hueco, y el cariñoso interés con que le miraba a él, al ínfimo Cornias, que comenzó a inflar los carrillos y amagar sollozos; con lo cual Nieves se enterneció también algo, y ninguno de los dos articuló palabra.
Su cara larguísima como si por máquina se la estiraran todos los días, oprimiéndole los carrillos, era de lo más desapacible y feo que puede imaginarse, con los ojos reventones, espantados, sin brillo ni expresión, ojos que parecían ciegos sin serlo; la nariz de gancho, desairada; a gran distancia de la nariz, la boca, de labios delgadísimos, y, por fin, el maxilar largo y huesudo.
Cuando papá me enteró de las intenciones del primo, le dije que no quería sacarle el novio a mi hermana, y entonces papá... me besuqueó mucho en los carrillos, como cuando era pequeña, y... me parece que le estoy oyendo... me respondió así: «Rita es una tonta..., cállate». Pero por mucho que diga papá.... ¡al primo le seguía gustando más Rita!...
Verdad es que, cuando él tiene hambre, parece algo tragón, porque come apriesa y masca a dos carrillos; pero la limpieza siempre la tiene en su punto, y en el tiempo que fue gobernador aprendió a comer a lo melindroso: tanto, que comía con tenedor las uvas y aun los granos de la granada. ¡Cómo! -dijo don Antonio-. ¿Gobernador ha sido Sancho?
Lánguido el Pas las hortalizas riega Que cultiva y se come á dos carrillos La famosa en Madrid hembra pasiega.
Pero ¿cómo ir allá?... «Señor, yo iré», dijo Méndez. En la canoa comprada por él arrostraría los peligros de un golfo impetuoso de cuarenta leguas entre dos islas donde tantas naos de descubridores se habían perdido, teniendo que luchar además con la furia de las corrientes. El Almirante le besó en los carrillos. «Bien sabía yo que sólo vos osaríais tomar esta empresa.
Traté de tomar un tono de broma, pero me sentía, torpe, intimidada y mis carrillos ardían. Máximo me miraba con una expresión severa que me daba mucha pena y que poco a poco fue tomando un tinte de tristeza. ¿Secretos, Elena? ¿Por qué no? Y, dando un golpe de ciego, añadí: ¿No tiene usted ninguno para mí, Máximo? Sin responderme, dio media vuelta.
Tenía una salud de bronce, y crecía y se redondeaba que era una bendición de Dios: los amigos de la familia la comían a besos los carrillos, y la decían verdaderas atrocidades mientras la volteaban en el aire, o la echaban una zancadilla en un corredor o en mitad de la escalera, siempre, por supuesto, a escondidas de sus padres y, sobre todo, de su hermano, que cada día era más ruin y más inaguantable, por envidioso y desabrido.
Palabra del Dia
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