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Actualizado: 12 de junio de 2025


Esta es la historia de la pobre anciana; a esto se atribuía su cambio de carácter, la melancolía de su rostro sus vestidos de luto, su acritud y su aspereza aparentes. «Es una rosa, decía don Basilio, ¡una rosa que de un día para otro se convirtió en cardo

454 Mas todo varón prudente sufre tranquilo sus males; yo siempre los hallo iguales en cualquier senda que elijo; la desgracia tiene hijos, aunque ella no tiene madre. 455 Y al que le toca la herencia, donde quiera halla su ruina: lo que la suerte destina no puede el hombre evitar, porque el cardo ha de pinchar es que nace con espinas.

Por algo sus hermanos, cuando reñían con ella, la apellidaban «cardo» y «puerco-espínAndrés, que la iba entendiendo, no insistió, y mudando de conversación, procuró hacerla reír recordando las simplezas del criado o algún dicho malicioso de Rafael. La charla entonces se animó.

Entremeses, caldo de aves, sopa de yemas, tortilla de bechamelle, salmonetes con tomate, langosta a la americana, solomillos de carnero, liebre a la casera, cardo al natural, jamoncillo trufado, biscuit de coco, sopa cana, frutas, quesos y dulces, vinos, café y licores. Quinto.

Vivía del botín que su hermana hacía, y nunca bajaba del Bocksberg; pero en el mes de julio, al llegar el tiempo de los grandes calores, sacudía, desde lo alto de su ladera, un cardo seco en dirección de las mieses de todos aquellos que no habían llenado regularmente el cesto de Catalina, lo cual atraía sobre las propiedades condenadas tormentas terribles, el granizo y grandes plagas de ratas y topos.

Levantose llena de espanto, y, provista del maléfico cardo, se deslizó hasta la entrada de la cueva; separó la maleza y vio, a unos cincuenta pasos, al loco Yégof que avanzaba a la luz de la Luna; venía solo y gesticulaba, hendiendo el aire con su cetro, como si millares de seres invisibles le rodeasen.

Con la sonrisa en el labio Y con la miel en el alma Un dia tuve de calma Al presentir la amistad. Falsedad! Sus manos estaban frias, Yertas quedaron las mias Y volví á la soledad. Culto á la patria rendí, Y por conquistar un nombre Que lustre diese á mi nombre Combatí por su pendon. Ilusion! Alcancé lauro bastardo, Y una corona de cardo Fué todo mi galardon. Azoten mi sien tus alas!

Al día siguiente, caminaba la tía María hacia la habitación de la enferma, en compañía de Stein y de Momo, escudero pedestre de su abuela, la cual iba montada en la formal Golondrina, que siempre servicial, mansa y dócil, caminaba derecha, con la cabeza caída y las orejas gachas, sin hacer un solo movimiento espontáneo, excepto si se encontraba con un cardo, su homónimo, al alcance de su hocico.

Santa Cruz tomó un tono muy plañidero para decirle: «¡Y yo tan estúpido que no conocí tu mérito!, ¡yo que te estaba mirando todos los días, como mira el burro la flor sin atreverse a comérsela! ¡Y me comí el cardo!... ¡Oh!, perdón, perdón... Estaba ciego, encanallado; era yo muy cañí... esto quiere decir gitano, vida mía.

En aquella época no llevaban nombres puestos a la ventura, sino nombres significativos de sus más egregias cualidades, por donde sólo con mentarlas se puede colegir, lo que valían. Entonces no se llamaba Doña Sol una fea, ni Blanca una negra, ni Dolores una regocijada, ni Rosa la que olía mal o era áspera como cardo ajonjero.

Palabra del Dia

rigoleto

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