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Actualizado: 22 de octubre de 2025
Era un desayuno de hirviente sangre humana, y yo no podía olvidar que la sangre humana tarda mucho en enfriarse. Esperando pues que se enfriara el desayuno, me lo pasé todo el día en cama. Felizmente tenía caramelos de goma en la mesita de luz, porque estaba muy resfriado. Tan resfriado que la respiración se me había detenido por completo.
Las vecinas le encontraban algunas veces en las calles hablando con señoritos cuya presencia hacía reír a las mujeres, o con graves caballeros a los que la maledicencia daba motes femeniles. Unas temporadas vendía periódicos, y en las grandes fiestas de Semana Santa ofrecía a las señoras sentadas en la plaza de San Francisco bandejas de caramelos.
Por esto se había dado tanta prisa en huir: una exigencia de la aprendiza, deseosa de escuchar á aquel artista del que tanto hablaban las señoras. Cuando el grueso ruiseñor quedaba oculto entre bastidores, el coronel ofrecía á su protegida un cucurucho lleno de caramelos. ¡Caramelos en tiempo de guerra! Un verdadero derroche que sólo se podía permitir un enamorado.
Quedándose en Oviedo no le faltaría algún señorón de levita que la tuviera en casa como una imagen comiendo caramelos y haciendo calceta. Y si á mano viene, acaso podría casar hasta con un teniente... ¡Rediós, un teniente!... ¡Hay que ver lo que es un teniente!... ¡Un gachó que manda sobre diez escuadras de hombres!... ¡Casi na!...
Como ya he dicho que estaba algún tanto excitado y deseaba con extraño anhelo declarar mis sentimientos a la hermana, cogí la ocasión por los pelos en cuanto se presentó. Di, chiquito, ¿te acordarás de mí cuando me vaya, o te acordarás tan sólo de los caramelos? preguntaba bajando la cabeza hasta ponerla a nivel de la del niño.
En los balcones de las casas se apiñaban lindas muchachas de ojos negros para ver desfilar los coches ocupados por jóvenes enmascarados que les arrojaban puñados de almendras, anises y caramelos.
D. Félix, que había entrado en su casa y había salido rápidamente con dos envoltorios de papel en las manos, se acercó á las jóvenes en aquel momento. Vengo á ofreceros estos cartuchitos de caramelos y lo hago con cierto temor, porque no estoy seguro de que os gusten. ¡Es tan raro que á las niñas les agraden los dulces!
La serenidad del cacique le sacó de tino. ¡Me pasmo, caramelos! ¡Me pasmo de verle con esa flema! ¿O no sabe lo que pasa? Yo no me apuro por cosas que están previstas. En materia de elecciones no se me coge a mí de susto. ¿Usted se esperaba lo que ocurre? Como si lo viera. Aquí está el abad de Naya, que puede responder de que se lo profeticé. No atestiguo con muertos.
Estas marcas del diario trabajo las adoraba Juanito como cuarteles de nobleza, y las yemas de los rosados dedos, ligeramente encallecidas, chupábalas con tanta delicia como si fuesen caramelos.
Erró, efectivamente, al vaciar con el pensamiento el bolsillo de Carmelita, erró con Fernanda, con María Josefa, con Micaela, y ¡miren qué diablo! fue a acertar precisamente con Emilita. Unas tijeras, un pañuelo, un dedal y tres caramelos. La niña se puso a gritar batiendo las palmas, toda nerviosa: ¡Trampa, trampa!
Palabra del Dia
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