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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Llegó el día de la gran sorpresa preparada por Canterac. Los trabajadores, bajo la dirección de Moreno, colocaron los últimos árboles en la llanura inmediata al río. Grupos de curiosos admiraban desde lejos este bosque improvisado. De Fuerte Sarmiento y hasta de la capital del territorio de Neuquen iban llegando gentes atraídas por la novedad de tal fiesta.
Temía, con la credulidad del celoso, que Canterac hubiese conseguido un gran avance sobre él durante el corto paseo. Sonrió con una alegría pueril al contarle el oficinista cómo varias veces la «señora marquesa» le había pedido que se colocase entre ella y el ingeniero francés para mantenerlo á gran distancia.
Acudieron los invitados, siendo de los primeros en presentarse Robledo y Watson, cada cual por un lado distinto. El ingeniero y el contratista, estrechamente agarrados, rodaban por el suelo, derribando gran parte del «santuario de verdura». Pirovani, más carnudo y vigoroso que Canterac, lo sofocaba con su peso.
El oficinista había vuelto, momentos antes, de su reunión con los padrinos de Canterac. Pirovani le habló lentamente, esforzándose por ocultar su emoción.
Estaba el oficinista leyendo una novela junto á su ventana, y al ver á Canterac se acodó en el alféizar para hablarle de los trabajos realizados. Hay cerca de doscientos hombres y cuarenta carretas que ganan plata en lo del parque. El ingeniero, siempre á caballo, escuchó las explicaciones que le fué dando Moreno desde su ventana. Le he quitado estos hombres á Pirovani ofreciéndoles doble jornal.
Luego resolvieron trasladarlo á Fuerte Sarmiento, ya que debía ser enterrado finalmente en el cementerio de dicho pueblo. Así evitaban las manifestaciones que podían surgir en la Presa si el cadáver era llevado allá. Regresaba Watson de Fuerte Sarmiento y había dejado á sus espaldas las primeras casas del pueblo, cuando se encontró con Canterac.
Tenían la vaga expresión del que ha puesto su pensamiento muy lejos y ve lo que no pueden ver los demás. Recordó á Canterac y á Pirovani, tan intensamente como si los hubiese encontrado el día anterior. Vió después un rostro de mujer sonriendo con expresión maligna. A través del tiempo y la distancia hacía sentir aún la influencia de su paso por este rincón de la tierra.
Apenas quedaron solos, el español se expresó con un tono bondadoso, señalando á la mujer que se alejaba apoyada en un brazo de Canterac. Tenga usted cuidado, Ricardo. Creo que esa Circe también desea someterlo á sus encantamientos. Watson, que siempre le había escuchado con deferencia, le miró ahora altivamente.
La casa de los dos ingenieros era visitada diariamente, después de la cena, por los más grandes personajes del campamento. El primero en presentarse era Canterac, con sus ropas de corte militar, pero se notaba en su persona mayor acicalamiento que antes de la llegada de los Torrebianca.
Al pasar Elena y Canterac frente á Celinda, las dos mujeres se miraron. La marquesa sonrió á la otra, como si quisiera entablar conversación; pero la joven permaneció ceñuda y con ojos severos. Es una niña dijo el ingeniero muy traviesa y juguetona, y aunque tiene cierto aspecto de muchacho, la creo capaz de trastornar la cabeza á cualquier hombre. Muchos la llaman Flor de Río Negro.
Palabra del Dia
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