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Actualizado: 12 de junio de 2025


Y tras esta amenaza dió con las espuelas á su caballo y salió al galope, sin volver la cabeza, mientras don Carlos permanecía con el revólver en su diestra. Cerca del río tuvo el gaucho un encuentro más agradable. Vió venir hacia él un grupo de tres jinetes, é hizo alto para reconocerlos. Era la marquesa de Torrebianca, vestida de amazona y escoltada por Canterac y Moreno.

Se abrió la puerta para dar paso á Canterac; pero éste permaneció inmóvil en el quicio algunos momentos, deseoso de que todos le viesen bien. Iba vestido de smoking, con pechera dura y brillante, y mostraba cierta indolencia aristocrática al andar, lo mismo que si entrase en un salón de París.

Abandonada asi la capital, pronto se vió ocupada por las tropas realistas al mando del general Canterac. A principios de 1824 el estado de la causa de la independencia era lastimoso en el Perú y marchaba desalentadamente á la ruina. Pérdidas el 5 de Febrero las fortalezas del Callao, se disolvió el Congreso, depositando en Bolívar la esperanza de su salvacion.

¡Si ese italiano es una buena persona!... Tengo la certeza de que le quiere á usted mucho. Pero Canterac no podía admitir palabras conciliadoras. Es un hombre falto de tacto, que se empeña en atravesarse en mi camino... Esto acabará mal para él. Entraron en la casa, y el marqués vino á saludarles en el recibimiento.

Algunas veces cesaba de leer y ponía su mirada en el techo con una expresión de éxtasis. El deseo parecía cantar dentro de su cráneo: «¡Ser héroe de novela!... ¡Verse amado por una gran señoraUna tarde, cuando menos lo esperaba, Moreno vió llegar frente á su casa al ingeniero Canterac montado á caballo. A tales horas estaba siempre vigilando las obras del dique.

Creyó necesario Moreno hacer una larga pausa, y añadió: El ingeniero Canterac y el contratista Pirovani se batirán mañana en duelo... Pero el duelo es á muerte. Don Carlos mostró sinceramente su estrañeza. ¿Pero aún están de moda esas cosas?... ¡Y aquí! ¡en pleno desierto! Moreno hizo gestos afirmativos y quedó silencioso.

Pero este mal deseo resultaba inútil. Todos se mantenían firmes. Aquel imbécil de Moreno había hecho bien las cosas al ayudar á Canterac. Sintió frío en sus extremidades y que toda la sangre se le agolpaba al corazón viendo cómo se ocultaba la pareja en un tupido cenador de ramaje, al final de una avenida. Era el famoso «santuario» del oficinista.

Canterac, al pisar el primer peldaño de madera, se detuvo para decir á su compañero: No debía entrar. Esta casa pertenece al intrigante Pirovani, hombre que aborrezco... Pero temo que la marquesa se queje si no me ve en su reunión. Moreno, que era amigo de todos y no llegaba á enfadarse verdaderamente con nadie, creyó necesario defender al ausente.

Toda la noche habló preferentemente con el francés, mientras Pirovani permanecía en un rincón, no ocultando su cólera, y mostrándose al mismo tiempo anonadado por la elegancia de Canterac. Transcurrieron cuatro noches sin que el contratista se presentase en la casa. Después de la primera, Moreno se sintió interesado por tal ausencia, y fué al domicilio de Pirovani para hacer averiguaciones.

Pero hablemos de usted: ¿qué le trae aquí á estas horas?... Tardó Pirovani en contestar, para que de este modo sus palabras resultasen más solemnes. El señor de Canterac cree que debamos batirnos á muerte después de lo de esta tarde.

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