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Actualizado: 23 de julio de 2025


En ese instante las campanas de la ciudad rompieron a tocar las oraciones. Los tañidos concertaban a distancia un canto prolongado y conmovedor que hacía pensar en las letanías de la muerte, y hubiérase dicho que la peña que sustentaba los numerosos campanarios vibraba a su vez como la caja de un órgano.

Situose después en uno de los vértices de este rectángulo, y principió un canto monótono, meciéndose de aquí para allá al compás de una lúgubre melodía. Esperamos inmóviles, y, dominando el canto, oíamos las campanas de los relojes de la ciudad, y las sacudidas de un carro que rodaba por la calle sobre nuestras cabezas.

Consintió en todo y abrazó cariñosamente a sus hijos, no sin exclamar, mirando al capitán detenidamente: Válgame Dios, muchacho, ¡y cómo has crecido y embarnecido en este decenio! ¿Quién al pronto había de reconocer en ti al rubio y travieso monaguillo de Capuchinos que repicaba tan bien las campanas?

Al indescriptible rumor de los últimos alientos de mi tío, respondió en el acto desde la iglesia el primer tañido de las campanas que doblaban a muerto por él.

Tambien tiene esta ciudad, por la parte del sur hasta el oriente, dilatadas campañas, donde tienen los vecinos y habitadores sus estancias de ganados mayores y menores, que son muchísimos; y heredades para su recreo, con mucha abundancia de todo género de granos y hortaliza: adornadas dichas heredades, con sus alamedas de diferentes árboles frutales, que cada una de ellas es un paraiso.

El comisario no dijo nada. Miró al agente que tenía á su lado, un veterano con la Cruz de Guerra sobre el pecho del uniforme y varios galones en una manga indicadores de sus campañas.

Al mismo tiempo llegaba a mis oídos como música misteriosa el son de las campanas de la ciudad medio despierta, tocando a misa, con esa algazara charlatana de las campanas de un gran pueblo.

El siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno dentro de las ciudades, el otro en las campañas. El cantor no tiene residencia fija; su morada está donde la noche lo sorprende, su fortuna en sus versos y en su voz; dondequiera que el cielito enreda sus parejas sin tasa; dondequiera que se apure una copa de vino, el cantor tiene su lugar preferente, su parte escogida en el festín.

Sobre las cómodas ventrudas veíanse santos policromos y crucifijos de marfil, entre polvorientas flores de trapo, bajo campanas de cristal. Una panoplia de ballestas, flechas y cuchillos recordaba a un Febrer, capitán de corbeta del rey, que hizo un viaje alrededor del mundo a fines del siglo XVIII. Conchas purpúreas, caracolas de mar enormes, con entrañas de nácar, adornaban las mesas.

Gonzalo se había ido a la sala de billar y veía jugar el chapó a media docena de indianos, los cuales al dar el tacazo, hacían sonar como un repique de campanas todos los dijes de oro que pendían de sus enormes cadenas de reloj.

Palabra del Dia

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