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Actualizado: 16 de julio de 2025


La anciana, como si quisiera establecer entre nosotros una corriente de recíproca simpatía, exclamó después de engullirse una sopa. Oye, Angelina: Rodolfo está muy contento de las camisas que le mandamos, y dice que nadie las hará mejores. Elogia mucho las marcas de los pañuelos, y.... ¡Ay, señor! murmuró la joven, trémula, y levemente sonrojada.

Abrían las cajas para sacar camisas blancas y vestidos nuevos; limpiábanse de los menudos compañeros de viaje repugnantes y molestos, que volvían a refugiarse en las rendijas de las naos; se ceñían la espada. En cuanto a las pobres damas, macilentas por el mareo y las privaciones, transfigurábanse al llegar a las nuevas tierras.

Vio que sólo tenía media docena de camisas bastante estropeadas y con muchos zurcidos.

Pero el otro me venía siguiendo. Y busqué en ustedes refugio, asilo, amparo. Cada día más atrevido. Es capaz de entrar en pos de . ¡Qué Anselmo, señor!... Pero a cada cual lo suyo; hay que reconocer que es guapo, simpático, buen mozo y elegante que no cabe más. Envía las camisas a planchar a Madrid. Ya me pasma que haya tardado tanto en pasar por la puerta. Me asomaré con disimulo a espiarle.

Seis veces cada día pasa la diligencia roja, coronada de pasajeros, vestidos con camisas rojas, saliendo de improviso por los sitios más extraños, y desapareciendo por completo a unas cien yardas del pueblo. A este brusco recodo del camino débese tal vez que el advenimiento de un extranjero a Smith's-Pocket, vaya generalmente acompañado de una circunstancia bastante especial.

Debe usted ser dichosa en amores. lo he sido, porque nunca tuve un novio tan insignificante como usted. Por más que usted piense otra cosa, doña Demetria, sigo creyendo que usted y yo haríamos una pareja muy linda... Ya sabe usted que en cuanto esos labios de coral pronuncien el ansiado , encargo el trousseau á Madrid... ¿Le gustan las camisas abiertas, D.ª Demetria?

Con gran deseo quedó el Caballero de la Triste Figura de saber quién fuese el dueño de la maleta, conjeturando, por el soneto y carta, por el dinero en oro y por las tan buenas camisas, que debía de ser de algún principal enamorado, a quien desdenes y malos tratamientos de su dama debían de haber conducido a algún desesperado término.

Por esta razón, Montiño, que tenía suficiente causa para estar entristecido con la muerte próxima ó acaso consumada de su hermano, y con la venida de un sobrino putático que se le entraba por las puertas, sin dinero y sin camisas, acabó de ennegrecerse al ver que el señor Gabriel Cornejo se arrojaba á buscarle nada menos que en casa del duque de Lerma, y en medio de una legión de pajes y lacayos, gentes que á todo el mundo conocen, y que hablan mal de todo el mundo.

En los ratos de ocio, con mis ahorrillos y cuando no cosa para la calle, he de hacerme camisas finas y enaguas bordadas como no las use mejores una archiduquesa de Austria.

Pero en la enfermedad de mi tío se han ido nuestros últimos maravedises; ni aun maleta he podido traer... porque... toda mi hacienda la llevo encima. ¡Diablo! ¡Diablo! pero vos os volveréis al pueblo. ¿Y qué he de hacer allí después de muerto mi tío, por quien únicamente permanecía en el pueblo? De modo, que... Aquí me estaré. ¡Y os venís así á la corte, sin dinero... y aun sin camisas!

Palabra del Dia

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