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Actualizado: 3 de junio de 2025


A la edad en que otros niños más felices iban a la escuela, ellos eran zagales de labranza por un real y los tres gazpachos. En verano servían de rempujeros, marchando tras las carretas, cargadas de mies, como los mastines que caminan a la zaga de los carros, recogiendo las espigas que se derramaban en el camino y esquivando los latigazos de los carreteros que los trataban como a las bestias.

Es un espectáculo sumamente curioso, aparte lo que tiene de aflictivo, el sentarse en un balcon de una de las travesías que conducen á los grandes centros, y ver pasar y repasar á estas mujeres, desempedrando las aceras. Andan de una manera prodigiosa. Cualquiera diria que caminan sobre resortes ó por influencia magnética.

Y, diciendo esto, tenía abrazado por la rodilla de la pierna izquierda a don Quijote; el cual, espantado de lo que veía y oía decir y hacer aquel hombre, se le puso a mirar con atención, y, al fin, le conoció y quedó como espantado de verle, y hizo grande fuerza por apearse; mas el cura no lo consintió, por lo cual don Quijote decía: -Déjeme vuestra merced, señor licenciado, que no es razón que yo esté a caballo, y una tan reverenda persona como vuestra merced esté a pie. -Eso no consentiré yo en ningún modo -dijo el cura-: estése la vuestra grandeza a caballo, pues estando a caballo acaba las mayores fazañas y aventuras que en nuestra edad se han visto; que a , aunque indigno sacerdote, bastaráme subir en las ancas de una destas mulas destos señores que con vuestra merced caminan, si no lo han por enojo.

Cuando van dos colegas juntos, nunca caminan a la par. Uno va delante y el otro un poco atrás, y si son tomados afectan no conocerse. Un día iban dos pillos de estos por una calle: el sargento Gómez conocía a uno y no al otro, y, como a pesar de su seriedad guaraní, era chacotón y alegre, atajó al que no conocía y le dijo: ¿En qué trabaja usted? ¡Soy marmolero, señor!

Cesa la tempestad... Aprovechándome de un claro, me apresuro a abandonar aquella corte de los milagros y encamínome al banquete de Sid'Omar; ya es hora... Al cruzar la plaza mayor, he vuelto a encontrar al viejo judío de antes. Se apoya en su agente de negocios; los testigos caminan alegres detrás de él; una banda de asquerosos chicuelos judíos salta alrededor.

Ambos caminan y deben caminar unidos á fin de que la mente y el corazón de los hombres se eleven á superiores esferas. Cristo no enseñó cuanto hay que saber, sino que dejó mucho, aun en las cosas más esenciales, para que los hombres lo averiguasen y lo enseñasen con el transcurso del tiempo.

Andaban los navíos sin concierto, Arando el importuno y largo lago; Ya caminan derecho, ya muy tuerto, Al fin toman la isla de Santiago. Es isla muy alegre con buen puerto; Mas yo

Pero sus notas van debilitándose también; el bombo, que hasta entonces había hecho discretamente su parte, suena más fuerte, en cambio, porque sus sordos golpes llegan más lejos que los otros sones. Caminan juntos en silencio; ni uno ni otro se atreve a hablar. El brazo de Gertrudis tiembla bajo el de Juan; éste contempla las brumas de reflejos verdosos que se alzan de las praderas.

Les atormentan los paquetes que intentan arrastrar; caminan tambaleándose, como la hormiga que empuja un grano superior á su estatura. En este cansancio aplastante se adivina un nuevo suplicio, el de ir vestidos con las ropas guardadas durante muchos años para las grandes ceremonias de la vida: ella con falda de seda dura y crujiente; él puesto de levita y paletó de invierno.

-No, por cierto -respondió el mozo-, porque todos caminan con tanto silencio que es maravilla, porque no se oye entre ellos otra cosa que los suspiros y sollozos de la pobre señora, que nos mueven a lástima; y sin duda tenemos creído que ella va forzada dondequiera que va, y, según se puede colegir por su hábito, ella es monja, o va a serlo, que es lo más cierto, y quizá porque no le debe de nacer de voluntad el monjío, va triste, como parece.

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