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Actualizado: 4 de junio de 2025


El y otros criados habían querido impedirlo, pero el alguacil les había amenazado con la horca, invocando el nombre de Su Majestad. Don Alonso resolvió trasladarse a Avila, sin pérdida de tiempo, para tranquilizar a su hija y desbaratar las calumnias.

Con apariencia de informaciones financieras publicaban en los periódicos artículos en contra suya, llenos de calumnias y de insinuaciones; sostenían contra él una campaña persistente, por medio de carteles y de prospectos; le perseguían por todas partes en automóviles ruidosos; le acechaban detrás de los árboles.

Enviábale este aviso, según la costumbre, la dama que había hecho la guardia el día antes, y era esta una buena mujer, sencilla y piadosísima, que, desechando como terribles calumnias las voces que corrían, apresuróse a cumplir con su deber avisando a Currita y dejando al arbitrio de la dama el acudir o no acudir a la cita de Palacio.

Sin excusas, se entiende; y al pedirle esto, le pido una cosa enteramente justa, honorable y sensata... porque en realidad es el único medio de reparar el mal que ha hecho a su honor y al mío... Es el único medio de imponer a las calumnias, a las que ha dado origen con su conducta de esta noche, y a las que este duelo daría un carácter irreparable de verdad.

Frente a esta, para mortificarla con el espectáculo de su lujo, colocaron a la señora de Alzaola, hija de una nobilísima familia que se vio obligada a casarla con un pollo imberbe, gracias a no se sabe qué cuentos y calumnias, según los cuales la niña tuvo que ausentarse un año de la corte para pasarlo en compañía de una tía pobre que vivía en un cortijo de Andalucía.

No muy lujosa, es cierto, pero no la cambiaría por ningún palacio del mundo. Aquí todos somos hermanos, y el superior es nuestro padre que provee a todas nuestras necesidades humanas, incluyendo el rapé que consumimos. Aquí no hay celos, no hay rivalidades, no hay calumnias ni disputas.

Y el Tato acababa sus confidencias con suposiciones obscenas. Esta murmuración contra el cardenal, que subía desde la sacristía hasta el claustro, irritaba al hermano de Gabriel. El Vara de palo, soldado raso de la Iglesia, no podía escuchar con calma los ataques a sus superiores. Para él todo eran calumnias.

En este momento comprendió la causa de su malhumor repentino. «La madre había hablado de las calumnias con que le querían perder... de las demasías de ambición, orgullo y sórdida codicia que le imputaban, de la influencia perniciosa en la vida de muchas familias que se le achacaba... pero ¿era todo calumnia? Oh, si la Regenta supiese quién era él, no le confiaría los secretos de su corazón.

Este don Custodio era un enemigo doméstico, un beneficiado de la oposición. Creía, o por lo menos propalaba todas las injurias con que se quería derribar al Provisor, y le envidiaba por lo que pudiera haber de cierto en el fondo de tantas calumnias. De Pas le despreciaba; la envidia de aquel pobre clérigo le servía para ver, como en un espejo, los propios méritos.

¿Quién habla aquí de la quiebra de Esteven? exclamó comiéndose con los ojos al concurso. Calumnias, mentiras, estratagemas infames de los alcistas. El juego es tan conocido, que da risa. Uno preguntó: ¿Dónde está Esteven? La verdad era que a don Bernardino no se le había visto todavía; ¿por qué desertaba el puesto en el día de la lucha?

Palabra del Dia

rigoleto

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