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Actualizado: 17 de mayo de 2025


»Esta vez fui recibida en la sala, pieza triste y pobre, sin otro lujo que el aseo, el cual relucía hasta en los damascos descoloridos de los muebles. Apareció el matrimonio a los pocos momentos de estar yo aguardando. La mujer era el mismo espectro de la otra vez, pero sin la calceta, aunque no por eso me pareció menos terrible.

Una noche, después de recogida la familia y los criados, se hallaban ambas en el gabinete de la torre. María leía a la luz del quinqué de bomba esmerilada, mientras Genoveva, sentada en otra silla, frente a ella, se ocupaba en hacer calceta.

Ana estaba muchas horas sola. Sus tías tenían costumbre de trabajar hacer calceta y colcha en el comedor; la alcoba de la sobrina estaba al otro extremo de la casa. Además, las ilustres damas pasaban mucho tiempo fuera del triste caserón de sus mayores. Visitaban a lo mejor de Vetusta, sin contar la visita al Santísimo y la Vela, que les tocaba una vez por semana.

¡Mal rayo! prosiguió escupiendo por el colmillo como un gitano de pura sangre. ¿Sabes, niño, lo que yo haría en tu caso el día que la tía Jeroma cerrase el ojo?... Pues metería en un cinto esa gran calceta de peluconas que tiene guardada, compraría un jaco extremeño y no pararía hasta dar vista á la Giralda.

Genoveva, en cambio, aquella noche estaba más embebida en la calceta que nunca, entreverando, sin duda, por sus puntos, una muchedumbre de consideraciones más o menos filosóficas que la obligaban tal vez que otra a dar con la frente en las manos, lo mismo que cuando se dormita. Por último, la señorita decidiose a romper el silencio.

Parece que duele ahí repuso la Esfinge, bajando otra vez la mirada a su calceta , y sólo con el supuesto. ¿Cómo será el dolor cuando los hijos se mueran de veras! ¿Le ha sentido usted, a lo que veo? se atrevió a decir la marquesa, medio aturdida bajo el peso de aquel inesperado incidente promovido por tan extraño ser.

Sin embargo, convenía que no despertase la chiquilla, no fuese a alborotar la casa lloriqueando. Perucho la tomó como quien toma un muñeco de cristal, muy rompedizo y precioso: sus palmas llenas de callos y sus brazos hechos a disparar certeras pedradas y a descargar puñetazos en el testuz de los bueyes adquirieron de golpe delicadeza exquisita, y la nené, envuelta en el pañolón de calceta, no gruñó siguiera al trocar la cama por los brazos de su precoz raptor.

En el cenador, donde había visto a su padre en otra época, casi inmóvil por la vejez, voceando a su hijo mayor, que acogía resignado todas sus indicaciones, encontraba ahora a la tía Tomasa haciendo calceta y siguiendo con ojos vigilantes el trabajo de un mocetón que había tomado a su servicio. La tía de Gabriel era la persona más importante de las Claverías.

Entonces, cuando la concurrencia era mucha y no alcanzaba la gente de mostrador adentro a servirla al punto, se alzaba ella poco a poco de su silla y despachaba también, con una mano sobre lo pedido, como garra de león sobre la carne palpitante, cuando hay quien le mire, y en la otra la calceta, hasta que veía en el mostrador, y bien contado con los ojos, el dinero que valía la droga aprisionada.

María-Manuela salió con los cristales del cuarto y fué á arrojarlos al pozo que había en el patio. Soledad, que seguía tranquilamente haciendo calceta detrás del mostrador, sonrió. Siguió la zambra en el aposento. Bueno, ahora no falta más que Soledad nos baile una mijita de tango manifestó el señor Pepe.

Palabra del Dia

ciencuenta

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