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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Los marineros y soldados muertos, cuyos cadáveres yacían sin orden en las baterías y sobre cubierta, ascendían a la terrible suma de cuatrocientos. No olvidaré jamás el momento en que aquellos cuerpos fueron arrojados al mar por orden del oficial inglés que custodiaba el navío.
Encontró cadáveres por todas partes: pero éstos no vestían el uniforme verdoso. Habían caído muchos de los suyos en la ofensiva salvadora.
A pesar de estas incineraciones bárbaras, los cadáveres de una y otra parte eran infinitos, no tenían límite. Parecía que la tierra hubiese vomitado todos los cuerpos que llevaba recibidos desde los primeros tiempos de la humanidad. El sol, impasible, poblaba de puntos de luz, de fulgores amarillentos, los campos de muerte.
Un anochecer lo encontró después de un combate, pero tendido en el suelo entre otros cadáveres, con la frente rota, la masa cerebral al descubierto. El rictus de la muerte era en él una sonrisa serena. ¡Pobre Castro!... ¿Qué sería de doña Clorinda?... El príncipe deja de pensar en esto. Otros cadáveres le atraen.
Púselos en agua de mar, y los descuidé por espacio de dos días, ocupado en otras tareas. Cuando me acordé de ellos, sólo hallé tres cadáveres. Aquello estaba desconocido: habíase renovado la escena. Una película espesa y gelatinosa se había formado á la superficie. Fatigada de tanto movimiento, la vista, sin embargo, no tardó en notar que en aquella escena no todo se movía.
Y mientras sueña en cuerpos que se caen, se hieren, se desgarran, en un campo sembrado de cadáveres y de sangrientas charcas, vibra la llama estuosa de la siesta, pasa la brisa cálida, y murmura en sus notas el prefacio de algún idilio convertido en drama.
Tiago se plegó al fin acordándose de que los estudiantes de Medicina andaban con los cadáveres á vueltas; hacía tiempo que buscaba un veneno en que templar la navaja de sus gallos y el mejor que sabía era la sangre de un chino, muerto de enfermedad sifilítica.
Todas aquellas figuras apelotonadas, que cargaban las armas y se las alargaban unos a otros, tenían un terrible aspecto. Tres o cuatro cadáveres, tendidos junto a la pared derruida, añadían una nota lúgubre al horror del combate; el humo penetraba dentro de la casucha. Al llegar a lo alto de la escalera, Hullin gritó: ¡Ya están aquí, gracias a Dios!
Y en su alegría, abrazaba al segundo, abrazaba a los marineros, abrazaba al capitán español, abrazaba a todo el mundo, hasta los cadáveres ensangrentados de Carlos y de Anita.
Detrás de ellas existían hombres silenciosos, que comían y pensaban; pero eran cadáveres animados, que la estrechez de su tumba obligaba a la inmovilidad; vivos que únicamente sentían la vida a son de corneta, al recibir el rancho por el ventanillo o al salir al sol, para pasear, como fieras enjauladas, durante algunos minutos.
Palabra del Dia
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