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Actualizado: 22 de mayo de 2025


La piedad de los vagabundos andinos abrió una fosa en el suelo estéril para enterrar á esta mujer, apellidada Correa, y á su niño, colocando sobre los cadáveres un montón de piedras como rústico monumento.

El Perú padece sin duda de los efectos de sus convulsiones intestinas; pero al fin, sus hijos no han salido a millares, y por docenas de años, a vagar por los países vecinos; no se ha levantado un monstruo que se rodee de cadáveres, sofoque toda espontaneidad y todo sentimiento de virtud.

Allá arriba todo está tranquilo... todo está vacío... La tempestad aúlla... las aguas mugen... La joven cae en la orilla, sin conocimiento. Al día siguiente, por la mañana, retiraron del río los cadáveres de los dos hermanos. Se balanceaban uno al lado del otro en las olas, y los enterraron juntos... Gertrudis estaba como paralizada por el dolor.

El altar mayor, como obra de un mismo artífice, aunque mas en pequeño, es igual en su orden al de la Catedral, con la diferencia de que así como en este se representan pasages y misterios de la vida del Redentor, en aquel son concernientes a la vida y martirio del santo Apóstol: también es obra de Gabriel Yoli, otro retablito al lado de la Epístola, con relieves en miniatura, y en cuya parte principal se ven representados de escultura, los médicos San Cosme y San Damian: aquí se encontraron los cadáveres de los Amantes de Teruel.

Al remover los pedruscos se encontraron varios cadáveres: hombres desfigurados, con las piernas rotas y el cráneo aplastado; un pinche casi intacto, con la cara sonriente, conservando aún en su mano un tanque de agua. Eran los que se hallaban fuera del socavón en el instante del desprendimiento.

Las dos empezaban á dudar de la realidad de los días anteriores. Después de una mala noche pasada entre escombros, don Marcelo decidió marcharse. ¿Qué le quedaba que hacer en este castillo destrozado?... Le estorbaba la presencia de tanto muerto. Eran cientos, eran miles. Los soldados y los campesinos iban enterrando los cadáveres á montones allí donde los encontraban.

Ambos se colocaron rodillas con rodillas, poniendo en medio el papel grasiento que contenía aquel montón de cadáveres fritos, y empezaron a comer con la prisa que su mucha hambre les daba. «¡Ay, qué ricos están! Mira qué pechuga... Este para ti, que está muy gordito». No, para ti, para ti. La mano de ella era tenedor para la boca de él, y viceversa.

La mesa de mármol, en torno de la cual formaban animado círculo las caras de los combatientes, estaba a última hora llena de cadáveres, revueltos con las cucharillas, con los vasos que aún tenían heces de café y leche, con la ceniza de cigarro, los periódicos y los platillos de metal blanco, en los cuales la mano afanadora de D. Basilio no había dejado más que polvo de azúcar.

¡Las mujeres!... Aquellos jóvenes no hablaban de otra cosa; y Febrer, sentado a la gran mesa de la fonda, aprobaba en silencio sus palabras y sus lamentaciones. ¡Las mujeres!... La irresistible tendencia que nos liga a ellas es lo único que se mantiene firme después de los trastornos morales que cambian una vida; lo que permanece de pie en medio de los cadáveres de otras ilusiones destrozadas por el cataclismo.

Esta bestia dulce y pacífica carece de mandíbulas y de boca. Su herramienta para la nutrición es una lanza perforada, una trompa sutil, con la que agujerea la corteza de las ramas. Su estómago delicado no puede resistir los cereales y los cadáveres que alimentan á la hormiga, bestia feroz de quijadas triturantes y patas cortadoras.

Palabra del Dia

hociquea

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