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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Durante un instante el silencio reinó en la casa; en torno mío el vapor silbaba, las cacerolas cantaban, la sirvienta hacía gran ruido al limpiar los cuchillos, pero de repente se oyó, dominando todo ese ruido, un grito breve y estridente que no podía provenir más que de Marta. Temblorosa agucé el oído, y en el mismo instante papá se precipitó en la cocina gritando: ¡Agua!
Una vez cada año, el día de San Juan Bautista, se hacía la visita de inspección, como si dijéramos, por todos los establecimientos de confitería, y era de ver con qué gravedad y ceremonia el teniente de Asistente, acompañado por el escribano de cabildo, examinaba cacerolas, calderos, medidas y moldes, se enteraba del estado de los productos y se informaba prolijamente del personal y de su pericia para elaborar las delicadas confituras.
Un sombrero de palma cubría su cabeza hasta cuando trabajaba en sus cacerolas. El Mare nostrum no podía naufragar ni sufrir daño alguno mientras le llevase á él.
A seguida Montiño revisó una por una las cacerolas puestas al fuego, se enteró de todos los pormenores, y viendo que todo estaba á punto para el almuerzo y la comida de sus majestades, se escurrió hacia la puerta de la cocina, evitando el mirar al alguacil, porque se le figuraba que no viéndole tampoco el corchete le veía. Este no dijo una palabra, pero se fué en silencio tras Montiño.
Es necesario comprar cacerolas, vasijas, todo lo indispensable para preparar la vianda que quiere Dorotea. Vamos, pues. No había pasado una hora, cuando Montiño, ayudado por el bufón, guisaba sin mandil y sin gorro, sin más oficial ni galopín que el tío Manolillo, en la cocina de una casa deshabitada. Eran las dos de la tarde.
Visita era la que todavía encontraba placer en registrar cacerolas, y revolver vasares, armarios y alacenas. Siempre hablaba con alguna golosina en la boca. Pedro notó que guardaba en una faltriquera terrones de azúcar y papeles de azafrán puro, que se consumía en la cocina del Marqués, con gran envidia de la urraca ladrona. También almacenó entre las faldas un paquete de té superior.
Yo tenía la cabeza loca del ruido de los martillos de Londres, y venía maldiciendo la ingrata tierra en que el hombre para poder vivir necesita hacer clavos, bisagras y cacerolas. ¡Bendita tierra esta, donde el sol alimenta y donde lleva la atmósfera en su inmensa masa ignoradas sustancias!...
Ardían, no obstante, el fogón, el horno y las hornillas, y en ellos estaban al fuego infinito número de peroles, cacerolas y otras vasijas.
Por su parte, la señora Miguelina, olvidando un momento sus cacerolas, dirigía su furtiva mirada en la dirección de su antiguo amante y pensaba con honda angustia: «¿Se marchará, al fin?» El telegrama oficial decía de este modo: Director general de montes a inspector general, en Val-Clavin. Proposiciones aprobadas por el ministro.
Fernandito, creyéndose en posesión de un talismán precioso, corrió a dar la noticia a su cara esposa Currita, dispuesto a pasar por agua todos los jamones de su despensa, todas las cacerolas de su cocina y todos los pinches de ella, con el cocinero a la cabeza. ¿Y por qué no?... Días antes relataba un periódico que el emperador de Birmania había mandado enterrar vivas a setecientas personas para aplacar los espíritus diabólicos que habían esparcido por sus Estados la viruela negra. ¿Por qué no había él de hervir a un cocinero y tres pinches para librar de la trichina a su persona y a la de sus deudos y amigos?
Palabra del Dia
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