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Actualizado: 18 de julio de 2025
Vea usted estos rizos de mi Arturín que se me murió a los tres años. Delicioso tono. Es oro puro... ¿Y este rubio claro? ¡Ah!, la cabellera de Joaquín. Se la cortamos a los diez años. ¡Qué lástima! Parecía una pintura. Fue un dolor meter la tijera en aquella cabeza incomparable... pero el médico no quiso transigir.
¡A mí, Roug, Bled, Adelrico! gritaba con voz atronadora, con la barba erizada, suelta la cabellera roja y la piel de perro alrededor del brazo a guisa de escudo . ¡A mí! ¿Me oís, por fin? ¿No veis que llegan?
Mañana, según la costumbre, esa espesa cabellera caerá bajo las tijeras; mañana, el paño y el sayal reemplazarán a esos brillantes tejidos; mañana quedará sometida a un juramento inquebrantable; pero hoy, la costumbre quiere que asista a las vanidades y a las alegrías engañadoras de un mundo que ella no conoce, como para darle un eterno y último adiós.
Dos rizos asomados al borde de la toca le hicieron adivinar la cabellera oculta; los pies calzados de blanco fueron indicios para reconstituir el cuerpo algo desfigurado por un uniforme sin coquetería. El rostro era pálido, grave. Nada quedaba en él de los antiguos afeites, que le daban una belleza pueril de muñeca.
En el salón daban vueltas las primeras parejas y se instalaban las familias con gran ruido de sillas desordenadas. Fernando miró a todos lados, sin alcanzar a ver la cabellera rubia de Maud. Luego examinó los grupos estacionados en el antecomedor. Nada...
Su imaginación, ofuscada por el miedo, había concebido antes de llegar allí las mayores brutalidades; palizas horrorosas, el cuerpo magullado, la cabellera arrancada, pero... ¡rezar y taparse la cara! ¡Morir! ¡Y tal enormidad dicha tan fríamente!... Con palabra atropellada, temblando y suplicante, intentó enternecer a Teulaí. Todo eran mentiras de la gente.
Tiene aun lechos de flores en que descansar de sus fatigas, rios de aguas puras y trasparentes en que templar sus fuerzas, montes poblados de arboledas en que divertir sus ojos, cármenes que embalsamen el aire que respira, laureles que coronen su frente y le recuerden sus dias de ventura, estrellas que la rodeen de una esplendente aureola, auras apacibles que agiten su flotante cabellera.
¡Figlia mia!... ¡Mia figlia!... aullaba, con la cabellera suelta y los ojos abultados por el llanto. Había perdido en el momento del naufragio una niña de ocho años, y al verse en el vapor francés se dirigió instintivamente hacia la proa, en busca del mismo lugar que ocupaba en el otro buque, como si esperase encontrar allí á su hija.
Por tí, todo: por la gloria de tu esencia, por tus hojas que alcatifan nuestra ruta, por tu sombra, donde es buena la existencia y pensamos que no es todo fuerza bruta. Danos siempre con tu olor de primavera un anhelo de ser libres como el viento, que sacude tu fragante cabellera y emborracha nuestra vida con su aliento.
Los mismos bananeros, esos extensos cañaverales de un color verde claro, agitados siempre por alguna brisa que enmaraña su fina cabellera tan leve, alzábanse silenciosos y derechos, como penachos bien puestos en su sitio.
Palabra del Dia
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