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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Fué larga la conversacion, y se trató en ella de la forma de gobierno, de las costumbres, de las mugeres, de los teatros y de las artes; finalmente Candido, que era muy adicto á la metafísica, preguntó, por medio de Cacambo, si tenian religion los moradores. Sonrojóse un poco el anciano, y respondió: ¿Pues cómo lo dudais? ¿creeis que tan ingratos somos?
Hablando de otra cosa, dixo Candido, ¿cree vm. que la tierra haya sido antiguamente mar, como lo afirma aquel libro gordo que es del capitan del buque? No por cierto, replicó Martin, como ni tampoco los demas adefesios que nos quieren hacer tragar de algun tiempo acá. ¿Pues para qué fin piensa vm. que fué criado el mundo? continuó Candido.
Mas se enternecerá vm., se pasmará, y perderá el juicio, continuó Candido, quando sepa que la baronesita su hermana, á quien cree que le han pasado el vientre, está buena y sana. ¿Adonde? Aquí cerca, en casa del señor gobernador de Buenos-Ayres, y yo he venido con ella á la guerra.
Sic itur ad astra, señor don Tomás. Aquí se arrojó don Cándido en mis brazos; y tomando la mano a Tomasito: Ya se ve que dice bien el señor; ¡llega, hijo mío le decía, y da las gracias a tu protector; ya lo ves, nada necesitas saber más de lo que sabes ya! ¡qué fortuna, señor Fígaro! ¡ya tiene hecha mi hijo su carrera!
En la quinta del Señor baron de Tunderten-tronck, título de la Vesfalia, vivia un mancebo que habia dotado de la índole mas apacible naturaleza. Víase en su fisonomía su alma: tenia bastante sano juicio, y alma muy sensible; y por eso creo que le llamaban Candido.
Distingo, dixo el abate: en las provincias las llevan á comer á los mesones, en Paris las respetan quando son bonitas, y las tiran al muladar después de muertas. ¡Al muladar las reynas! dixo Candido.
Confuso Candido con todo quanto habia visto, y quanto habia padecido, y inas todavía con la caridad de la vieja, le quiso besar la mano. No es mi mano la que has de besar, le dixo la vieja; mañana volveré. Untate con la pomada, come y duerme. No obstante sus muchas desventuras, comió y durmió Candido.
De vuelta á la quinta encontró á Candido, y se abochornó, y Candido se puso también colorado. Saludóle Cunegunda con voz trémula, y correspondió Candido sin saber lo que se decia.
Ensilló volando Candido los tres caballos, y Cunegunda, él, y la vieja anduviéron diez y seis leguas sin parar. Miéntras que iban andando, vino á la casa de Cunegunda la santa hermandad, enterráron á Su Ilustrísima en una suntuosa iglesia, y á Isacar le tiráron á un muladar.
Vm. no se puede escapar, dixo á Cunegunda, ni tiene nada que temer, que no fué vm. quien mató á Su Ilustrísima; y fuera de eso el gobernador enamorado no consentirá que la toquen en el pelo de la ropa: con que no hay que menearse. Va luego corriendo á Candido, y le dice: Escápate, hijo mio, si no quieres que dentro de una hora te quemen vivo.
Palabra del Dia
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