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Actualizado: 5 de mayo de 2025
La secreta antipatía que inspira el acreedor manifestábase en el alma de Rubín en forma de un odio recóndito, nacido quizás del sentimiento de humillación que producen las deudas a toda persona de amor propio muy susceptible. El tal era Cándido Samaniego, hombre medio curial y medio negociante, en su trato afable, en sus negocios duro.
La buena caña que había reparado en dos diamantes enormes de dos sortijas del extrangero buen mozo, tanto se los alabó, que de los dedos de Candido pasáron á los de la marquesa.
Del arribo de Candido y Martin á la costa de Inglaterra, y de lo que allí viéron. ¡Ay Panglós amigo! ¡ay amigo Martin! ¡ay amada Cunegunda! ¡lo que es este mundo! decia Candido en el navío holandés. Cosa muy desatinada y muy abominable, respondió Martin. Vm. ha estado en Inglaterra: ¿son tan locos como en Francia?
De una tormenta, un naufragio, y un terremoto. De los sucesos del doctor Panglós, de Candido, y de Santiago el anabautista.
Dice usted muy bien, señor don Cándido. Aquí recapacité, coordiné mis ideas un momento, y de la manera que el lector va a ver, enderecé poco más o menos a mi joven cliente por la vía de la gloria literaria, a la cual, si él sigue y observa mi reglamento, temprano o tarde debe sin duda llegar.
Montáron en coche Candido y Cacambo; los seis carneros iban volando, y en ménos de quatro horas llegáron al palacio del rey, situado á un extremo de la capital.
Miráronse uno y otro, al pronunciar estas palabras, con un pasmo y una alteracion que no podian contener en el pecho. ¿De qué pais de Alemania es vm.? dixo el jesuita. De la sucia provincia de Vesfalia, replicó Candido, natural de la quinta de Tunder-ten-tronck. ¡Dios mio! ¿es posible? exclamó el comandante. ¡Qué portento! gritaba Candido. ¿Es vm.? decia el comandante.
Todo irá bien, replicó Candido; ya el mar de este nuevo mundo vale mas que nuestros mares de Europa, que es mas bonancible, y los vientos son mas constantes: no cabe duda de que el nuevo mundo es el mejor de los mundos posibles. Plega á Dios, dixo Cunegunda; pero tan horrorosas desgracias han pasado por mi en el mio, que apénas si queda en mi corazon resquicio de esperanza.
¡Cuántas veces en el púlpito, ceñido al robusto y airoso cuerpo el roquete, cándido y rizado, bajo la señoril muceta, viendo allá abajo, en el rostro de todos los fieles la admiración y el encanto, había tenido que suspender el vuelo de su elocuencia, porque le ahogaba el placer, y le cortaba la voz en la garganta!
Por no exponerse á tener que lidiar con la justicia, y con el hipo que tenia de ver á la verdadera Cunegunda, Candido, por consejo de Maitin, ofreció al alguacil tres diamantillos de tres mil duros cada uno.
Palabra del Dia
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