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Actualizado: 2 de julio de 2025
¿Qué son hoy, pues, para mí aquellas tierras que cruzó mi cuerpo, en tanto que mi alma viajaba por otra parte, quizás por la Alcarria, quizás por Andalucía? ¡Lo que la vida es para una vieja; lo que nuestras luchas políticas ó controversias filosóficas son, verbigracia, para los pastores de la Sierra de Gredos; lo que debió de ser, por ejemplo, para mis amigas las monjas de Ocaña la muerte de lord Byron!..... ¡Maldita la cosa!
Poco le importan las consecuencias morales, con tal que escite las agitaciones casi involuntarias que le hacen dueno de la imaginacion de sus lectores. En Manfredo, lord Byron parece adoptar al principio bajo nombres persas, la creencia de los maniqueos que admiten en el mundo intelectual la oposicion poderosa del principio del mal, contrariando sin cesar a la eterna Providencia.
La Revista de Edimburgo habló del libro con desdén, y Byron contestó con su célebre sátira sobre los Poetas Ingleses y los Críticos de Escocia. Cumplía los veinticuatro cuando salió al público el primer canto de su poema Childe Harold. «A los veinticinco años», dice Macaulay, «se vio Byron en la cima de la gloria literaria, con todos los ingleses famosos de la época a sus pies.
Aunque Byron conocía el idioma español, como lo prueba la traduccion del romance sobre la toma de Alhama, no parece que haya tomado la idea fundamental de su composicion de los siguientes versos de Calderon en el Pintor de su Deshonra, que transcribimos aquí como una feliz coincidencia entre dos grandes genios poéticos.
Como escribo mi libro guiado por los recuerdos, necesito el desórden con que la memoria me cuenta; ántes que se me olvide, quiero consignar que en la abadía de Westminster hay un rincon que se llama de los poetas, donde están los ilustres trovadores de Albion, faltando, que me chocó mucho, pues al momento lo noté, la tumba de Byron.
El extraordinario Byron, el bardo atrevido inspirado por la terrible musa del resentimiento y del orgullo herido, escribió, según cuentan, en dos dias, detenido en Ouchy, su magnífico poema del «Prisionero de Chillón.»
Había uno perdido al juego la mesadita de 30 ó 40 duros que le enviaba su papá; había estudiado tan poco, que había salido suspenso y le habían dejado para el cursillo; la hija de la pupilera, o la pupilera misma, le había plantado y preferido a otro huésped; en cualquiera de estos casos, o de otros por el estilo, leer o hacer versos desesperados a lo Byron, a lo Leopardi o a lo Espronceda, era un desahogo, con el cual se quedaba sereno el vate o genio en agraz, y comía luego con más apetito que nunca.
Los dos niños, embobados de pie a un lado y otro de su madre, miraban en silencio correr el pincel de la dama, que con cierta complacencia íntima daba los últimos toques al airoso y nervudo cuello del Byron de contrabando. De pronto, Lilí, con esa expresión seria y meditabunda que toman a veces los niños, dijo a su madre: Mamá... ¿Tú por qué quieres tanto al tío Jacobo?...
Trae Byron, en el Don Juan, una jocosa diatriba contra Platón, echándole la culpa de las pecaminosas relaciones de su héroe con doña Julia. Yo mismo, aunque disto mucho de ir tan lejos como Byron en la malicia anti-platónica, me pasmo y veo con más incredulidad que fe los anchos límites que pone, verbi gracia, el conde Baltasar Castiglione al platonismo puro.
Entre la multitud de personajes aislados, ora históricos, ora contemporáneos, se distinguen principalmente, por su interés ó por el mérito artístico de las figuras: Guttemberg, meditando en su invento; Shakspeare, sombrío y burlon al mismo tiempo; Pedro el Grande, en su traje de carpintero en Holanda; Newton, ideando su admirable sistema del mundo físico; Voltaire, con su fisonomia de zorra, su sonrisa irónica y su mirada de apóstol; Rousseau, pensativo y dulce como la idea de redencion que le dominó; Walter Scott, con su actitud tranquila, como la poesía risueña que inspiró su gran genio; Byron, sombrío y lanzando de su ojo de fuego algo como la luz del rayo ó como las revelaciones de un poema terrible.
Palabra del Dia
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