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Actualizado: 31 de mayo de 2025
El Santo Rey los había ahuyentado á todos. Hecho el reconocimiento, bajaba, si bien marchitas las esperanzas, inmutables, firmes y lozanos los bríos. Poco á poco observaron los sitiadores aminorarse el número de los que le acompañaban, hasta que le vieron subir solo. Siguió impertérrito en su inspección diaria que hacía descolorido, caído de fuerzas, pero siempre entero de ánimo. Un día no subió.
-Déjese deso, señor -dijo Sancho-: viva la gallina, aunque con su pepita, que hoy por ti y mañana por mí; y en estas cosas de encuentros y porrazos no hay tomarles tiento alguno, pues el que hoy cae puede levantarse mañana, si no es que se quiere estar en la cama; quiero decir que se deje desmayar, sin cobrar nuevos bríos para nuevas pendencias.
Estos dos hombres silenciosos, que avanzaban como dos sombras, eran los hermanos Juan y Simon Maillard. Estéban, ¿qué se hace por aquí á estas horas? Juan, ¿qué importa á nadie lo que yo hago? Atiendo á mi oficio de Preboste de la ciudad. ¡Voto á brios! exclamó Juan Maillard, que era su compadre; el diablo cargue conmigo, si estais aquí para nada que huela á bueno.
¿Quién va? preguntó una voz potente. ¡Simón Aluardo, voto á bríos, que no quiere morir asado! ¡Y aquí en la torre tenéis también una dama á quien rescatar, junto con vuestro capitán el barón de Morel! ¡Pronto, bergantes! ¡La flecha y la cuerda, Vifredo, como en el sitio de Maupertuis! ¡Viva Simón! se oyó gritar á los arqueros y poco después la voz de Vifredo, que decía: ¿Estás pronto, camarada?
Se repitió la operación por segunda y tercera vez, y el ruido del cañón, disparado por mí, retumbó de un modo extraordinario en mi alma. El considerarme, no ya espectador, sino actor decidido en tan grandiosa tragedia, disipó por un instante el miedo, y me sentí con grandes bríos, al menos con la firme resolución de aparentarlos.
Pero descuidad, que vuestras mejillas tendrán menos colorete y más bríos vuestra mano antes de que volváis á guareceros tras el guardapié de vuestra nodriza. De mi mano puedo deciros que está siempre pronta.... ¿Pronta á qué? Á castigar una insolencia, señor mío, replicó Roger, airado el rostro y centelleante la mirada.
Entonces vos sois como Francisco I, ¿preferís las mujeres? decía yo con mi airecito cándido. ¡Voto a bríos! exclamaba mi tía, que había substituido algunas palabras demasiado enérgicas, por esta frase aprendida a su esposo y que le parecía muy aristocrática ¡voto a bríos! ¡cállate, necia! Pero el cura le hacía una seña misteriosa y la excelente señora se mordía los labios.
El cuadro era bueno y representaba a Su Majestad en gran uniforme, de medio cuerpo, con aire y bríos juveniles, nariz luenga, cabellos negros, ojazos llenos de relámpagos y aquella expresión sensual y poco simpática que caracterizó al Deseado Aborrecido. Tan trastornado estaba Carnicero, que le parecía ver por primera vez aquella figura en su gabinete, y retrocedió con cierto espanto.
Faltábale tiempo a la buena señora para dar parte a sus amigas del feliz suceso; no sabía hablar de otra cosa, y aunque desmadejada ya y sin fuerzas a causa del trabajo y de los alumbramientos, cobraba nuevos bríos para entregarse con delirante actividad a los preparativos de boda, al equipo y demás cosas. ¡Qué proyectos hacía, qué cosas inventaba, qué previsión la suya!
No, al contrario; pero las conveniencias reprimen a menudo los ímpetus del cariño. Pues es una tontería dije secamente. Pero su explicación me satisfizo y recobré todos mis bríos. Sin embargo, conversando con él, noté que no daba la misma importancia que yo a las palabras que me había dicho en el Zarzal.
Palabra del Dia
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