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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Yo me conservaba en mis apariencias y en mis bríos de cincuenta, cuando de improviso la naturaleza ha dicho: «¡Que me voy... que no puedo más...!». Fortunata había notado el bajón; pero, como es natural, no hablaba de semejante cosa. «Lo que más me carga dijo D. Evaristo con rabia, dando un puñetazo en el brazo del sillón , es que la vista... Yo siempre he tenido una vista como un lince.
Aquella hazaña de Morsamor contuvo el ímpetu de las gentes del rey de Achin y prestó bríos y dio tiempo a los portugueses para que se reembarcasen, si bien con lamentable pérdida, no completamente derrotados. De vuelta Morsamor a Goa para reposar sobre sus laureles, se complació en ver cundir su fama y crecer el número de sus admiradores, convertidos muchos de ellos en parciales devotos.
La inexperiencia, y sobre todo los bríos de la juventud, daban a las muchachas resolución; pero osaron atravesar el campo por un atajo para evitar los recodos de la calle Mayor, y la risa expiró en sus labios y las lágrimas comenzaron a apuntar en los ojos de Carolina. Retrocedieron, y al llegar al camino, estaban abrumadas de fatiga. Volvámonos dijo Carolina.
Doña Inés, con su severidad y su tiesura, casi le infundía miedo; pero le venció la vergüenza, hizo cuanto pudo para apartarlo de sí, y se dirigió, con todos los bríos que pudo recoger y acumular en su ánimo, a casa de la señora doña Inés López Roldan, a quien sabía él que hallaría sola a la hora de la siesta. En casa de doña Inés se comía entonces a las dos de la tarde.
Pisaba más fuerte, tosía más recio, hablaba más alto y atrevíase á levantar el gallo en la tertulia del café, notándose con bríos para sustentar una opinión cualquiera, cuando antes, por efecto sin duda del mal pelaje y de su rutinaria afectación de pobreza, siempre era de la opinión de los demás.
Sangre de mis entrañas derramada, Pues sois aquella de los hijos mios: Mano contra ti mesma acelerada, Llena de honrosos y crueles brios: Fortuna en daño nuestro conjurada: Cielos de justa piedad vacios, Ofrecedme en tan dura amarga suerte Alguna honrosa aunque cercana muerte!
Todo el libro parece concebido en un solo aliento; los personajes han recibido al nacer tales bríos, que, semejantes a los dioses homéricos, alcanzan de un solo salto cuanto espacio puede divisar el espectador colocado a orillas del mar sobre altísima roca. Todo tiene en este libro un sello de fiereza titánica, de salvaje energía, de grandiosidad sublime: la tierra, y el mar, y los hombres.
Mariquita León es laboriosa, activa, despejada, y posee los bríos y la entereza convenientes para gobernar bien su casa y su hacienda y para hacerse respetar y temer de sus enemigos. Y no por eso tiene Mariquita nada de sargentón, de marimacho o de monja alférez.
Continuámosla, sin embargo, con nuevos bríos, pero a puntada larga, es decir, enrareciendo los colgajos, porque ya se oía otra vez el toque de antes, señal de que se había puesto en camino lo que esperábamos, amén de que no andábamos sobrados de telas ni de «herrajes» para cubrir tantas paredes.
Y se llevaba la mano al bolsillo, acariciando el revólver invicto que había estado próximo a salvar la ciudad, repeliendo él solo toda la invasión. El contacto del cilindro del arma pareció comunicarle nuevos bríos. ¡Ea! se acabó. Haré lo que buenamente pueda para quedar bien, como un caballero que soy. Pero no me caso, ¿lo entiendes? No me caso... Además, ¿por qué he de ser yo el culpable?
Palabra del Dia
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