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Actualizado: 26 de junio de 2025
Facundo, porque así lo llamaron largo tiempo los pueblos del interior, el general don Facundo Quiroga, el excelentísimo brigadier general don Juan Facundo Quiroga, todo eso vino después, cuando la sociedad lo recibió en su seno y la victoria lo hubo coronado de laureles; Facundo, pues, era de estatura baja y fornido; sus anchas espaldas sostenían sobre un cuello corto una cabeza bien formada, cubierta de pelo espesísimo, negro y ensortijado.
EL brigadier, por un efecto de hidalga galantería, celebró mucho estos malos versos, y comiendo y conversando como buenos amigos, llegamos á Santa Genoveva. Despues de visitar el monumento que ya conocen mis lectores, aunque muy superficialmente, manifestamos, al conserje nuestro, deseo de visitar el Panteon.
Y esperando de Vd. tenga un acto de justicia para con nuestras fuerzas que vamos atravesar para nuestro departamento y cruzamos desalmados y sin parques creo tome en consideración por carecer de los elementos indispensables, quedo de Vd. en espera nos reponga. En 28 de mayo de 1912. Feliciano Acosta, Brigadier. Habana, Julio de 1912.
Nos despedimos de nuestros subterráneos compañeros, no sin haber dado un napoleon al conserje, y al mismo tiempo, que atravesamos la espléndida nave de Santa Genoveva, el brigadier me dice: ¿Qué le parece á usted? Es una cueva, le contesté; no es un Panteon. Son hoyos, no son tumbas. No nos preocupa la idea de la muerte, sino la idea de un cautiverio.
Yo dije al digno y pundonoroso Brigadier: tiene usted razon. Lo que usted siente hoy, lo sentí yo del mismo moda cuando vi por primera vez esa degradante pantomima, y así lo tengo consignado en la obra que escribo. Hace usted bien, muy bien, contestó, y nos dirigimos silenciosamente hácia la Plaza de la Concordia. Habiamos entrado ya en la Plaza, cuando todavía duraba aquel silencio.
Todo lo advirtió el hijo del brigadier de una sola pero intensa mirada, y no sin pena, recordando el antiguo esplendor de su casa. ¡Oh, mamá! ¿cómo sigue V.? dijo avanzando con efusión hacia ella. Bien, ¿y tú, Miguel? contestó tendiéndole una mano. Miguel, que iba decidido a abrazarla, se detuvo ante aquella actitud y se contentó con tomarle la mano y apretarla contra su pecho.
Cuando llegó a casa y fue a dar las buenas noches a su papá, encontró a éste sentado en una butaca de su gabinete, fumando y envuelto en la sombra que proyectaba la pantalla del quinqué. Buenas noches, papá. Buenas noches, hijo mío. Miguel se acercó para darle un beso. El brigadier le retuvo entre sus rodillas acariciándole los cabellos. ¿Cómo lo has pasado en casa de tu tío? Bien.
El carácter del hijo del brigadier nunca pudo modificarse, ni por las buenas ni por las malas; últimamente ya se había renunciado a corregirle y se le castigaba únicamente cuando las travesuras subían de punto.
Al día siguiente el brigadier anunció a su hijo que se marchaba en busca de la mamá y que tardaría en volver cuatro o cinco días; recomendole con mucho encarecimiento la formalidad durante su ausencia, el respeto al ama de llaves, la mesura con los demás criados, la puntual asistencia al colegio, el estudio, etc., etc.
El brigadier sonrió al oír aquel discurso, y dijo: Bueno, Manolo, tú te encargas de dar algunas vueltas por esta casa y vigilar que todo marche bien... Y si quieres y tienes tiempo para sacar a Miguel a paseo, sácale... Nada, hombre, pierde cuidado, te digo. En efecto, el brigadier partió aquella noche para Sevilla dejando a Miguel al cuidado de los criados y bajo la vigilancia de su tío.
Palabra del Dia
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