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¡Agárrate con fuerza dijo Marcos y haz como yo! La mano derecha en el boquete, y el pie derecho delante, en el escalón; ahora, media vuelta. ¡Ya estamos! Volvieron a la cocina, en la que se hallaba Hexe-Baizel, quien les dijo que Yégof estaba en las ruinas del antiguo burg. Ya lo sabemos respondió Marcos ; acabamos de verle tomando el fresco allá arriba: cada loco con su tema.

Había llegado el momento del peligro, y Ratón Pérez, despacito, haciendo vibrar suavemente la punta del rabo, asomó poquito á poco el hocico por aquel temeroso boquete: observó un segundo, retrocedió dos pasos, tornó á avanzar lentamente, y de improviso, agarrando al rey Buby por la mano, lanzóse con la rapidez de una flecha por el agujero, atravesó como una exhalación una extensa cocina, y desapareció por otro agujero que frente por frente había, detrás del fogón.

Pues allá se me vino con unos chismajos, porque yo hablaba entonces con el chico de Tellería y... Pues la cogí un día, la tiré al suelo, me estuve paseando sobre ella todo el tiempo que me dio la gana... y luego, cogí una badila y del primer golpe le abrí un ojal en la cabeza, del tamaño de un duro... La llevaron al hospital... Dicen que por el boquete que le hice se le veía la sesada... Buen repaso le di.

Le hallé recogiendo cantos del suelo y cerrando con ellos el boquete de un «morio» que se había desmoronado por allí. Trabajaba con gran parsimonia, y pujaba mucho, sin quitar la pipa de su boca, a cada esfuerzo que hacía, porque ya era viejo. Me saludó muy risueño al verme a su lado, y hasta me llamó por mi nombre, «señor don Marcelo».

Por el boquete podía descubrirse una vista espléndida; parecía un verdadero cuadro recortado por la roca, un cuadro inmenso abarcando todo el valle del Rin, y del otro lado, las montañas, que se perdían en la bruma. Respirábase un vientecillo fresco, y el fuego que danzaba en aquel nido de búhos era agradable de ver con sus tonos rojos, después que los ojos habían recorrido la extensión azulada.

Consistía este experimento en abrir por medio del fuego un boquete en la madera. Doña Feliciana saltó con presteza del lecho, y de una esquina del cuarto tomó una asta o varilla de palo a cuyo extremo adaptó un puntiagudo rejoncillo de hierro. Era ésta el arma con que acostumbraban salir al campo todos los hacendados. Así prevenida, nuestra heroína se colocó en acecho tras la puerta.

Tras una esquina, a lo lejos, surgió una humareda de teas; era la turba. Loco de espanto, apreté los talones a los ijares del animal y corrí a lo largo de la muralla que se extendía como una vasta cinta negra furiosamente desenrollada. De repente vi una brecha, un boquete erizado de espinas y zarazas, y fuera la planicie que bajo la luna tenía la apariencia de una gran charca de agua dormida.

Habían pronunciado su nombre y la voz era de mujer. Quedó estupefacto. Se acercó al boquete y gritó á su vez repetidas veces: «¿Quién llama? ¿quién llamaNadie le respondió. Entonces sospechó que se trataba de una broma que algún minero quería darle imitando voz femenina. Se alejó del agujero y tomó de nuevo la guadaña. Pero en aquel instante una idea terrible cruzó por su mente.

¿Quién es Pelaítas? El violín del Sr. Poenco. <i>¡Ay !</i> Si usted le dice a mi caballo: «vas a descansar en casa de Poenco, mientras tu amo come una aceituna y bebe un par de copas», correrá tanto, que tendremos que darle palos para que pare, no sea que con la fuerza del golpe abra un boquete en la muralla de Puerta Tierra.

Así, cuando el politicastro aquel le obsequió con tal andanada de perrerías, de una patada abrió la puerta, y estoy por creer que un buen boquete en ella, y puso verde y de todos colores al infeliz, alcanzándole una caricia de la mano en la mejilla. No se lo comió allí mismo, porque no tenía hambre, sino mucha rabia. Entretanto, no cobraba de él, ni cobraría nunca, por las trazas.