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Actualizado: 20 de julio de 2025
Por último, al celebrarse la boda se prestó a ser madrina, en nombre de una condesa a quien había servido el novio, y desde entonces, agradecida la pareja, aunque parezca inverosímil, mostró siempre cariño a la señorita Cristeta, sin parar mientes en que, a pesar de este señorío, eran ellos casi ricos con relación a la sobrina de los estanqueros.
Don Casimiro había estado, antes del noviazgo con Clara, en un largo período de coqueteo con Nicolasa, la cual, con exquisita circunspección, había sabido ir templando y moderando la máquina de los efectos, á fin de no precipitar al hidalgo en declaraciones y demostraciones tales, que no tuviesen ya más salida que la de ponerle en la disyuntiva de prometer boda ó de abandonar la empresa.
Entretanto, el señor Joaquín, leyendo solo el periódico y paladeando solo el café, venía a echarle muy de menos, e íbase arraigando en su mente la idea de la boda. Cada día consideraba más adecuado para yerno al amigo de Colmenar.
Roussel se volvió hacia su hijo y dándole golpecillos en el hombro, le dijo: ¡Ah, bribón, no tienes de qué quejarte! ¿Vas, naturalmente, á llevarte á tu mujer? Usted lo ha dicho. Son las nueve y media: á las doce prescindo de la compañía de la gente de la boda. Tengo una excelente carretela que me espera en la plaza: ¿la quieres? ¿Me llevará á París? Desde luego. Es cuestión de propina.
Mi pobre hermana vieja se mostró abnegada, hasta un extremo conmovedor; sin embargo, ella era la única persona a quien mi matrimonio causaba directamente un daño: tenía que salir de Ilgenstein el día de la boda para instalarse en nuestra pequeña posesión materna en Gorowen.
Pues entonces no es la boda que yo creía. Sí, sí por cierto: el capitán de la guardia española del rey, Juan Montiño, se casa con la dama de honor de su majestad la reina, doña Clara Soldevilla.
Los Febrer marchan desde hace años por tales caminos, que nada de ellos puede sorprenderme. Jaime adivinaba en los ojos y la voz de su tía un goce reprimido, la voluptuosidad de la venganza, la alegría de ver caídos a sus enemigos en lo que consideraba una deshonra, y esto le irritó. Y si me caso dijo imitando la frialdad de doña Juana , ¿puedo contar con usted? ¿Vendrá usted a mi boda?
Chico: repetían ¡lograste lo que deseabas! Estás en la arena y junto al rio.... ¡Buen partido! Te cayó el premio... te casarás.... ¿Cuándo es la boda? ¿Cuándo nos das el gran día? Me indignaban aquellas burlas; pero rechazarlas enérgicamente habría sido una tontería. Hice risa de mi cólera; me burlé de mí, repitiendo los dichos del boticario, y así logré que se calmara la tempestad.
Morsamor se echó a los pies de Narada para mostrar su gratitud besándolos. Narada le alzó, le abrazó y se despidió de él, designando el momento en que volvería para llevarle donde Urbási estaba. En una quinta, a corta distancia de la ciudad, secretamente estaba todo dispuesto para la boda que había de ser clandestina, sin festín para los convidados, sin baile y sin música.
Pero no estaban de acuerdo sobre si una inocente partida de Boston lastimaría el dolor general, y resolvieron enviar una diputación a la dueña de casa para pedirle su autorización. Había tanta vida y movimiento en casa de los Hellinger, que parecía que se celebrara allí una boda.
Palabra del Dia
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