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Actualizado: 20 de julio de 2025
Sí, Emma pensaba así, sin darse cuenta de lo que hacía: «Antes otro marido». El después que vagamente esperaba y que entreveía, no era el adulterio, era... tal vez la muerte del primer esposo, una segunda boda a que se creía con derecho. El primer marido pareció a los dos años de vivir libre Emma. Fue un americano nada joven, tosco, enfermizo, taciturno, beato.
Estaba convenido de antemano llevarla a la casa del novio, cosa verdaderamente un poco irregular; pero como ella no tenía en Madrid parientes, al menos conocidos, doña Lupe no vio solución mejor al problema de alojamiento. La boda se verificaría el lunes 1.º de Octubre, dos días después de la salida de las Micaelas.
La sensación de vanidad satisfecha que experimentaron los tíos con aquella boda, quedó pronto amargada por el disgusto que les dio Soledad. Un día supieron que tenía novio. La insensible, la desdeñosa, la fría, como ellos la llamaban, estaba vencida.
Caballero, tengo el honor de pedirle la mano de su sobrina la señorita Antonia de Valgenceuse. Y yo a mi vez, caballero contestó el doctor tengo el honor de invitarle a usted a la boda de mi sobrina, la señorita Antonia de Valgenceuse, con el conde Amaury de Leoville, la cual habrá de celebrarse a fines de este mes.
Y disponíame yo a seguir su ejemplo, cuando Sofía Jansien salió al paso. No tiene usted la menor atención para las antiguas amigas me dijo haciendo monadas. Apenas me ha saludado usted esta noche, y su bella Luciana lo guarda tan severamente, que no se le ve a usted por ninguna parte... Ni siquiera me ha anunciado usted su boda.
Entre tanto, pasaban los días y se aproximaba el de la boda, que había de ser sin ningún aparato. Don Acisclo y Pepe Güeto, no obstante, habían hecho un corto viaje a Sevilla para comprar regalos a la novia, cada cual según sus facultades. El de D. Acisclo fue magnífico. Consistía en unos pendientes y en un broche de brillantes, que le costaron dos mil duros.
Francisca me miró, vaciló y se atrevió por fin a invitarme a su boda. Entregada a mí misma, hubiera rehusado con indignación; para salvar las apariencias, acepté. Para ti como para mí, vale más que nada se sepa fuera... Nuestra amistad ha muerto... ¡Oh, Magdalena! Sí, ha muerto... de nada sirve negar la evidencia.
Desde entonces no se habló más que de la boda. Comenzaron a comprar la ropa blanca; esto es, comenzó el único período de la existencia que puede dar idea aproximada de lo que acontece en el cielo.
Algo más lejos, en un claro del parque Maximiliano, una boda de campesinos, lucida y ruidosa, bebía delante de largas tablas colocadas en banquillos, en tanto que un guarda de monte, con uniforme verde y escopeta en mano, en la actitud de un hombre que dispara, enseñaba a manejar ese maravilloso fusil de aguja, que con tanto éxito empleaban los prusianos.
Verdaderamente, Mauricio era muy indiferente ó muy orgulloso. ¡Qué! ¿No podía decidirse á venir al lado de su mujer? ¿Estaba tan ofendido por su partida en la noche de la boda? ¿No debía creer que no lo había hecho por su voluntad? Sin embargo, no perdía la esperanza. Observaba siempre al guarda en acecho y oía ladrar al perro feroz todas las noches.
Palabra del Dia
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