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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Repicaban alegremente en el campanario de una aldea cercana, y del profundo lecho del Pedregoso, protegido por los ahuehuetes y los álamos, se alzaba espesa y se desvanecía vagarosa blanquecina nube que velaba las arboledas. ¡Qué largo me parecía el camino! ¡Con qué ansia me aguardarían mis tías! ¡Qué anhelo el mío por llegar a la ciudad!
En invierno, la playa de las Ánimas es triste; la bruma blanquecina cubre el mar; jirones de niebla se levantan por el Izarra, y el aire y el agua se confunden. Ni una línea se destaca claramente; cielo y agua son la misma cosa: un caos sin forma y sin color.
El palo era duro y lustroso; la mano con que lo empuñaba, nerviosa, por fuera de color morenísimo, tirando a etiópico, la palma blanquecina, con tono y blanduras que la asemejaban a una rueda de merluza cruda; las uñas bien cortadas; el cuello de la camisa lo menos sucio que es posible imaginar en la mísera condición y vida vagabunda del desgraciado hijo de Sus.
Hay días, en pleno verano, polvorientos, nebulosos, en que la luz del sol es blanquecina y velada de nubes por el lado del Norte, que se parecen mucho a aquel violento período tan pronto abrasador como helado, en el cual llegué a creer que mi pasión por Magdalena iba a extinguirse de la manera más triste, por el despecho. Varias semanas hacía ya que no la veía.
Y en ancho mar de blanquecina nieve Solo una forma humana se elevaba: La de un fiel centinela que velaba Apoyada la mano en su fusil. Blancos cabellos su cabeza orlaban, Hondos surcos cruzaban su semblante, Y su mirada firme y penetrante Revelaba un aliento varonil.
Cuando ya nos acercábamos a Villanueva señalé a lo lejos la carretera, blanquecina que saliendo del pueblo se extiende en línea recta hasta el horizonte. He ahí la carretera de Ormessón.
Tenía, además, la epidermis tirante y barnizada, como una vejiga de manteca, y poseía una perilla color de trigo, esmeradamente construída, desde donde se alzaba la blanquecina barbeta, como un huevo en una huevera de latón dorado. Ojillos galos, rabelesianos, azules y alegres, que delataban al deleitante de la mesa y del lecho.
Ruge el viento enfurecido En la blanquecina vela, Mientras ligero revuela Del corsario el pabellon. Sentado un hombre en la popa El ancho rio admirando Meditabundo fumando, Entre una nube se vé: Es su frente ancha y altiva, Es tostado su semblante, Es su mirar penetrante Y su brazo de temer.
Creyó ésta que venían a pedirle limosna o ayuda para alguna obra de caridad, como a veces acontecía, y mandó que entrase el recién llegado. A los pocos instantes, en el gabinete, alegre y claro como un día hermoso, apareció la severa figura de Tirso, cuyos manteos semejaron enorme mancha negra arrojada sobre la alfombra blanquecina y los muebles de matices pálidos.
Trabajaba don Fermín en su despacho, envueltos los pies en el mantón viejo de su madre; escribía a la luz blanquecina y monótona de la mañana nublada. Un ruido le distrajo, levantó los ojos y vio en medio del umbral a doña Paula, pálida, más pálida que solía. ¿Qué hay, madre? Está ahí esa Petra, la de Quintanar, que quiere hablarte. ¡Hablarme!... ¿tan temprano? ¿qué hora es?
Palabra del Dia
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