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Actualizado: 7 de julio de 2025


Un instante después desaparecíamos á galope corto por la avenida de los castaños, seguidos por el ruido de algunos aplausos, que el señor de Bevallan tuvo la buena inspiración de comenzar. Este incidente, por insignificante que fuese, no dejó, como pude notarlo esa misma noche, de realzar mi crédito en la opinión.

A la verdad, la señorita Helouin podía temer, cediendo á su resentimiento, volver á colocar la mano de la señorita Margarita en la del señor Bevallan y apresurar su casamiento, que sería la ruina de su propia ambición; pero yo sabía que el odio de una mujer no calcula nada y que se atreve á todo. Esperaba, pues, de su parte, la más pronta y la más ciega de las venganzas, y tenía razón.

En fin, me contenté con escribir al señor Laubepin, que mi situación podía hacérseme intolerable, bajo ciertas faces, de un instante á otro, y que ambicionaba ávidamente cualquier empleo, si menos retribuído, más independiente. Desde el día siguiente, me presenté en el castillo, donde el señor de Bevallan me acogió con cordialidad.

Esta duplicidad que hace honor á la audacia del señor de Bevallan, pasa, so color de amable familiaridad, con una política y un aplomo, que engañan fácilmente las miradas poco atentas ó demasiado cándidas. La señora de Laroque, y en particular su hija, son completamente ajenas á las perversidades de este mundo, y viven demasiado apartadas de toda realidad para sentir la sombra de una suposición.

Este descubrimiento produjo entre los asistentes un grito de indignación; las damas, como se sabe, gustan mucho de las empresas peligrosas... efectuadas por otros. ¡Ya, ya, señor de Bevallan, vaya una bella invención! Ta, ta, ta, señoras. Es la misma cosa que el huevo de Colón. Era preciso saber el cómo.

Alain, haga ensillar un caballo para el señor... cuál, Margarita. Dele á Proserpina murmuró el señor de Bevallan, riendo en mis barbas. ¡No, á Proserpina no! exclamó vivamente la señorita Margarita. ¿Por qué no Proserpina, señorita? le dije yo entonces. Porque lo arrojaría á tierra me respondió rotundamente la joven. ¡Oh! ¿cómo es eso?

Arrojó un profundo suspiro y me dijo con un tono dulce y triste: Váyase, señor... no le detengo más. La confidencia con que acababa de ser honrado no me sorprendió. Hacía ya algún tiempo que la señorita Margarita consagraba visiblemente al señor de Bevallan todo el resto de simpatía que conserva aún por la humanidad.

El señor de Bevallan, plantado sobre los bordes del valle, fatigó algún tiempo los ecos con los clamores triviales de su admiración... ¡Delicioso!... ¡pintoresco!... ¡Qué mezcolanza... oh! ¡la pluma de Jorge Sand... el pincel de Salvator Rosa!... Todo esto iba acompañado de enérgicos gestos, que parecían arrebatar sucesivamente á estos dos grandes artistas los instrumentos de su genio.

La señorita Margarita, insistiendo con una coquetería afectuosa y solícita de la que parecía sorprendido su mismo interlocutor, le dijo, que indudablemente tenía aún tiempo de ir á su casa, vestirse y volver á buscarlas. Se le aguardaría á comer. El señor de Bevallan objetó, que todos sus caballos de tiro estaban en el pajar, y que no podía volver á caballo en traje de baile.

La pobre niña no podía felicitarse mucho del resultado final de su diplomacia. De tiempo en tiempo trataba de lanzar al triunfante señor de Bevallan miradas llenas de desdén y de amenaza; pero en esa atmósfera tempestuosa que hubiera inquietado seguramente á un novicio, el señor de Bevallan respiraba, circulaba y revoloteaba con la más perfecta facilidad.

Palabra del Dia

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