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Actualizado: 7 de julio de 2025
El señor de Bevallan, entretanto, había acabado por pararse sobre la tierra firme.
La señorita Margarita frunció sus negras cejas y se sentó haciendo un signo con la mano, como para rechazar toda responsabilidad, en la catástrofe inminente que preveía. Si necesita usted espuelas, tengo un par á su servicio agregó entonces el señor de Bevallan que decididamente pretendía que yo no volviese.
Sin embargo, el honor y la palabra dada me imponían límites que no pude ultrapasar. El contrato, á pesar de todo, quedaba aún suficientemente ventajoso para que un hombre dotado de alguna elevación de espíritu y animado de una verdadera ternura por su futura, pudiese aceptarlo con confianza. ¿El señor de Bevallan, sería hombre capaz de ello? Debimos correr riesgo.
En resumen, el señor de Bevallan, que no teme instituirse profesor cínico de estos calaveras sin barba, no me ha gustado, ni pienso haberle agradado tampoco. Protesté un poco de fatiga y me retiré. A mi llamamiento, el viejo Alain tomó una linterna y me guió á través del parque hacia la habitación que me estaba destinada.
Esta orden servil estaba tan fuera de la medida de las que acostumbraba dirigirme y de las que puede creérseme dispuesto á sufrir, que la atención y la curiosidad de los más indiferentes se despertó al instante. Hubo un embarazoso silencio: el señor de Bevallan arrojó una mirada de asombro sobre la señorita Margarita; luego me miró, tomó un aire grave y se levantó.
Después de un cambio de ceremonias, de saludos y de reverencias interminables, tomaron las sillas que les presenté y ambos se pusieron á contemplarme con un aire de grave beatitud. Y bien pregunté ¿se terminó? Se terminó respondieron al mismo tiempo. Muy bien añadió la señorita de Porhoet. Maravillosamente agregó el señor Laubepin, añadiendo después de una pausa: El Bevallan se fué al diablo.
El proceder era tanto más lícito, cuanto que en mi ausencia el señor de Bevallan había abusado de la inexperiencia de mi excelente amiga la señora de Laroque, y de la inexperiencia de mi colega de la villa vecina, para hacerse asegurar ventajas exorbitantes. Sin separarme de la letra de las convenciones, conseguí modificar sencillamente su espíritu.
El señor de Bevallan, señora, tiene según creo, una muy buena fortuna aunque un poco inferior á la de usted, pero muy buena sin embargo: cerca de ciento cuarenta mil francos de renta. Sí, pero ¿cómo juzga usted su persona, su carácter?... Señora, el señor de Bevallan es lo que se llama un completo caballero. No le falta talento y pasa por un hombre galante.
Se trataba de un baile improvisado, que debía tener lugar aquella misma noche en el castillo vecino. Ella debía concurrir con su madre, é instaba al señor de Bevallan, para que las acompañara: éste se excusaba alegando que había salido de su casa por la mañana, antes de haber recibido la invitación y que su toilette no era á propósito.
Prometíle volver al siguiente día con algunos obreros y presidir su salvamento; luego nos encaminamos alegremente á través de las praderas, en dirección al castillo, en tanto que el señor de Bevallan, no estando en traje de natación, debía renunciar á reunírsenos y se perdía con aire melancólico tras de las rocas que bordean la opuesta ribera. 20 de agosto.
Palabra del Dia
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