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Actualizado: 7 de julio de 2025
Antes que todo, la excusa del amor es amar, pero la profusión venal de las ternuras del señor de Bevallan excluye toda apariencia de arrebato y de pasión. Tales amores no son ni aun faltas, pues no tienen el valor moral de tales, no son sino cálculos y apuestas de chalán embrutecido.
Durante la comida, á la cual asistía el señor de Bevallan, habló de nuestra excursión; como para quitarle todo misterio, lanzó de pasada algunas zumbas á propósito de los amantes de la Naturaleza, y terminó contando la mal aventura de Mervyn, pero suprimió de este último episodio toda la parte que me concernía.
Entonces nada faltaría á sus perfecciones. Pero me parece, Alain, que eso sólo depende de su voluntad. Si el señor se refiere al señor de Bevallan, en efecto, sólo depende de su voluntad, pues que la ha pedido hace más de seis meses.
Es una verdad, señor, que de dos ó tres años á esta parte, la señorita ha cambiado completamente. En otro tiempo era alegre como un pájaro y ahora, podría decirse, que hay algo que la apesadumbra; pero no creo, salvo mis respetos, que sea su amor por ese señor lo que la abate. Usted tampoco parece muy tierno por el señor de Bevallan, mi buen Alain. Es de una excelente nobleza, sin embargo...
La señora de Laroque no parecía muy opuesta al matrimonio, y en cuanto al señor de Bevallan después de los Laroque, es el más rico del país; pero la señorita, sin pronunciarse positivamente, ha querido tomar tiempo para reflexionar. Pero si ama al señor de Bevallan y si puede casarse cuando quiera, ¿por qué se la ve siempre triste y distraída?
Bajé al punto la escalera. Algunos jóvenes, encabezados por Bevallan salieron al terrado, por humanidad según creo, y se abrieron al mismo tiempo las tres ventanas del salón para las mujeres y los ancianos.
Habiendo desaparecido entonces toda sombra de peligro, el espectáculo de aquel combate fué puramente ridículo, y supongo que este cruel pensamiento agregaba á los esfuerzos del señor de Bevallan una torpe precipitación que le hacía retardar su triunfo.
¡A nado! dijo el señor de Bevallan; permítame, señorita... en primer lugar no estoy en traje de natación... además, le confesaré que no sé nadar. Si no sabe usted nadar replicó la joven, con un tono seco, importa muy poco que esté ó no esté en traje de natación.
Está á punto de tomar una resolución muy grave y ese es un momento en que el humor de las jóvenes queda entregado á la locura de las brisas. Inclinéme sin responder. Usted es ahora continuó la señora Laroque un amigo de la familia; por esa razón le quedaré agradecidísima si me dice lo que piensa del señor de Bevallan.
Tenía mucha prisa en salir de aquel salón en que me ahogaba; pero no pude retirarme ante la actitud provocativa que afectaba el señor de Bevallan. A fe mía murmuró, que es cosa bastante particular. Fingí no oirlo. La señorita Margarita le dijo dos palabras bruscas en voz baja.
Palabra del Dia
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