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Actualizado: 2 de octubre de 2025
El hombre que besaba al aya cogió a Anita por un brazo y se lo apretó hasta arrancarle sangre. Pero ella no lloró. Le preguntaron dónde había pasado la noche y no quiso contestar por temor de que castigaran a Germán si se sabía. La encerraron, no le dieron de comer aquel día, pero no declaró nada. A la mañana siguiente el aya hizo llamar al barquero de Trébol.
¿Qué te pasa, hija mía? decía el buen hombre en voz baja, mientras la besaba . Vamos, tranquilízate. ¡Tú! ¡Tan animosa como te veía hace un momento! ¡Oh, sí! Sacaba fuerza de flaqueza; pero tenía mucho miedo, porque pensaba: «¿Por qué no volverá?»
Pero ya Concha se había adelantado a tal deseo, apoderándose de ella, y desde lo alto de sus brazos enseñábale la mesa cubierta de pasteles, al mismo tiempo que la besaba en el hocico.
Pero el joven se había abrazado a sus rodillas con fuerza y se las besaba con transportes frenéticos, y lo mismo los pies, sacudido su cuerpo por los sollozos. ¡Esto es horrible! ¡es horrible! repetía . ¿Qué te hice para que así me mates? Vamos, Mundo, vamos.... Arriba.... Seamos formales decía ella dulcemente, acariciándole los cabellos . ¿No comprendes que es ridículo?
Únicamente el que no tiene ni nobleza, ni valor, ni sentimientos honrados en el corazón... ¡Ah, mi pobre hijo! ¡hijo de mis entrañas! ¡Cómo has caído en el lazo que te tendieron los traidores...! No estaba aquí tu desgraciada madre para prevenirte, la madre que te ha tenido colgado de sus pechos, la que besaba los rizos dorados de tu pelo al acostarte y volvía a besarlos cuando te despertabas.
No es por el dinero, nena mía; no es por el dinero; es porque tienes una manera de hacer las cosas original; porque tienes la gracia de Dios; porque eres una barbiana.... ¡Toma, toma, retemonísima! Y le abrazaba las rodillas y se las besaba con calurosos ademanes. No contento, se prosternó aún más y le besó los pies o por mejor decir, el tafilete de sus zapatos.
Parecía no haber, en lo humano, consuelo para ella, ni fuerzas capaces de arrancarla del borde de la cama, donde besaba las manos yertas «del su señor», y ponía a Dios por testigo de lo mal que le había pagado en vida los beneficios que le debía.
Luis huía de todo contacto; se recogía como doncella medrosica en su asiento. El recuerdo de los amigotes era su única defensa. ¿Qué diría su amigo el marqués, un verdadero filósofo, que, contento con su libertad de marido divorciado, saludaba a su mujer en la calle y besaba a los niños nacidos mucho después de la separación? Aquel era un hombre. Había que terminar una escena que juzgaba ridícula.
Parecióle que el vestidito de la imagen estaba un poco sucio y se lo lavó, para volvérselo a poner muy bien alisado y pomposo. Buscaba todos los días algunas flores que ofrecerle y cada noche, antes de acostarse, le besaba con fervor en las divinas lágrimas.
Pero en ese momento, Lorenzo, que ocupaba un asiento frente al hombre con quien Baldomero había estado, vio que aquél, hablando con el compañero, se besaba sin ruido el pulgar y el índice de la derecha en cruz. Don Saverio en persona y en homenaje a Melchor, servía la mesa, sobre la que puso, para empezar, una verdadera montaña de tallarines al jugo.
Palabra del Dia
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