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Actualizado: 22 de junio de 2025


¿Tantos rabos me ha quitado el bellaco? -dijo ella-; por el siglo de mi agüelo, que no sois hombre, pues no le pelastes las barbas. ¿Llamo yo a sus criadas que me limpien? Y volviéndose a , dijo: -Vale Dios que no me podrá decir que soy judía como él, que de cuatro cuartos que tiene, los dos son de villano y los otros ocho maravedís de hebreo.

Y cambiando en seguida de tono, sacó Guy de un bolsillo de terciopelo verde una grande y pesada moneda de oro, y se la tiró a Manuel, diciéndole: Anda, buen hombre. Ahí tienes para poner gallina en tu puchero todos los domingos durante un año. No la vayas a jugar como un bellaco. Mejor que estar departiendo con los criados, vamos al salón, vizconde interrumpió don Fernando.

Su corazón, indudablemente, estaba en otro lado. Hasta le hice entrever un porvenir dichoso cuando hubiera por medio un editor responsable. En aquel momento mentía yo como un bellaco, porque, en mi concepto, si Isabel no estaba enamorada del duque, por lo menos lo parecía. A Villa tenía la absoluta seguridad de que no le amaba.

Ella pelea en , y vence en , y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser. ¡Oh hideputa bellaco, y cómo sois desagradecido: que os veis levantado del polvo de la tierra a ser señor de título, y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!

Le hacía gracia su osadía, su rudeza, su glotonería y el modo insolente y despreocupado que tenía de tratar a todo el mundo, incluso al alto y poderoso señor de Quiñones. Manín era un solemnísimo bellaco.

Pues no lo penséis, bellaco descomulgado, que sin duda lo estás, pues has puesto lengua en la sin par Dulcinea. ¿Y no sabéis vos, gañán, faquín, belitre, que si no fuese por el valor que ella infunde en mi brazo, que no le tendría yo para matar una pulga?

De puro considerar en él, vine a resolverme de ser bellaco con los bellacos, y más, si pudiese, que todos. No si salí con ello, pero yo aseguro a V. Md. que hice todas las diligencias posibles. Lo primero, yo puse pena de la vida a todos los cochinos que se entrasen en casa y a los pollos de la ama que del corral pasasen a mi aposento.

Y eso que el muy taimado callaba como un bellaco. Ni una palabra le había dicho después de haber descubierto y pagado el préstamo famoso de D. Benito.

El desdichado notario regresó a su hotel maldiciendo como un condenado. De manera pensaba; que mis precauciones resultan infructuosas. Por mucho que me esmere en mantener y vigilar a ese bellaco de aguador, me jugará constantes trastadas, y seré siempre su víctima, sin poderle acusar nunca de nada; ¿a qué entonces, tantos gastos? Se acabó: ya estoy cansado: economizaré su pensión.

Bellaco sois, Gómez, anónima, licencia de 1640. Auto del labrador de la Mancha, anónima, 1615. La aurora del sol divino, de Francisco de Monteser, licencia de 1640. Más pesan pajas que culpas, autógrafo de Francisco Llobregat, 1659. Poder y amor compitiendo, de Francisco de la Calle, autógrafo de 1675. Los tres hermanos del cielo y mártires de Carlete, anónima, 1660.

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